La clave

Las caras de la misma moneda

JOAN MANUEL PERDIGÓ

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Cuando a finales de los 80 del siglo pasado el bloque del Este amenazaba ruina, la duda teórica se centraba en cómo 'regresaría' la URSS al capitalismo. Al final, todo fue más sencillo de lo previsto: buena parte de los países satélites se integraron en la UE y Rusia hizo lo que sabía. Los grandes del aparato comunista y los más astutos se hicieron con las privatizaciones, organizaron pelotazos descomunales, se convirtieron en oligarcas y se dedicaron a destruirse entre sí. El resultado es la Rusia de Putin, mezcla de autocracia zarista, capitalismo salvaje, y extrema desigualdad social.

Cuando los chinos decidieron dar el salto adelante tras la muerte de Mao, Den Xiaoping inició un proceso de apertura capitalista resumido en su célebre consigna: "¡Enriquecerse es glorioso!" En 35 años se han convertido en segunda potencia mundial, camino del liderato, tienen millonarios a patadas, una sustancial clase media, y un partido comunista, que, a diferencia de la URSS, ha pilotado y controlado con mano férrea y el beneplácito de Occidente una modernización sin libertad. El sistema ha dado estos días su primer gran susto mundial y todos hemos temblado. Hay voces que auguran que el gigante asiático tiene los pies de barro y tarde o temprano experimentará una sacudida social que conmocionará al mundo que hemos globalizado.

Mientras, en Occidente, después del varapalo del 2008 que llevó a grandes propósitos de enmienda sobre las prácticas de los mercados excesivamente libres -recordemos al Sarkozy presidente en su discurso en Toulon del 2008, llamando al G-8 a «refundar el capitalismo»-, todo ha vuelto más o menos a la 'normalidad'y seguimos con la duda de cuándo será la siguiente y la certeza de que pagarán los mismos.

El futuro

Cierto, el capitalismo ya es el sistema global, y se consolida en sus formas menos amables. Se nos diluye el plácido sueño del Estado del bienestar que nos duró un puñado de décadas, cuando aún había muros y no existía internet. Ahora, en plena revolución digital, tenemos más números de llegar a Marte que de lograr redistribuir para que millones de personas puedan vivir con un mínimo de dignidad.

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