Los jueves, economía

Las burbujas chinas

Los actuales problemas de la economía del gigante asiático recuerdan procesos vividos en Occidente

ANTONIO ARGANDOÑA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

¿Qué pasa en China? No me refiero a lo que pasa estos días: la prensa ya nos lo ha explicado. Me interesa una visión más a largo plazo. Y mi tesis es muy sencilla: se trata de una historia parecida a la de muchos países, incluido el nuestro. Pero si es verdad que la historia se repite, también lo es que nunca es la misma.

China fue un país subdesarrollado. No por los sospechosos habituales que hemos encontrado los economistas a lo largo del tiempo: la falta de capital, el crecimiento de la población, una tecnología atrasada, el peso de la agricultura o las locuras de sus líderes -que las hicieron, y muy gordas-. Todos esos males ocurrieron en China, pero la causa de fondo era otra: un marco legal e institucional que impedía que sus ciudadanos se pusiesen a trabajar, en serio, en la mejora de su nivel de vida. Ganas ya tenían, pero una economía comunista de planificación central no les dejaba. El poder de la ideología es anterior a Syriza.

Las causas quizá fueron otras, pero la historia fue la misma en España, hasta los años 50, y en Japón, y en el este de Asia, y en África, y en muchos lugares de América Latina... Nada nuevo bajo el sol, pero, eso sí, cada país con sus peculiaridades, que hacen tan difícil hacer recomendaciones. Claro que sabemos la causa de los problemas de Cuba, Venezuela o Corea del Norte, pero no resulta fácil ayudarles a desprenderse de sus limitaciones -aunque los países de Europa del este podían darles muchos consejos útiles-.

Todo lo anterior cambió en China cuando se quitaron el corsé de la economía planificada, y esto cambió las actitudes de la gente. Se aceleró la industrialización, basada en mano de obra barata, tecnologías copiadas y un elevado nivel de ahorro interno: no es verdad que los países pobres necesiten capitales extranjeros para crecer; lo que necesitan es razones e incentivos para ahorrar e invertir. Y las tenían: el futuro se abría ante ellos. La mano de obra ya se capacitaría y los salarios crecerían. Como en España: nada nuevo bajo el sol.

La exportación fue el motor. El gobierno alentó la inversión. La economía se abrió; empezaron a llegar capitales extranjeros, muy vigilados: el partido comunista seguía controlando la situación; la ideología puede quedar obsoleta, pero la política sigue. Y los intereses creados. Las políticas económicas se aplicaron con gran precaución: debían haber leído lo de Eugeni d'Ors de que los experimentos deben hacerse con gaseosa. La gente emigró del campo a la ciudad. Mejoró la educación. El nivel de vida subió. El número de ricos aumentó. La desigualdad social y la corrupción crecieron.

Los observadores extranjeros se hacían lenguas del crecimiento de China, como antes habían dicho de Japón, de España, de los Tigres Asiáticos… En pocos años, sería la primera economía mundial, si mantenía sus tasas de crecimiento y no tenía un tropezón. Y, ¿por qué lo había de tener? Pues porque tropezar es humano. Lo que pasa en China depende de las decisiones de más 1.350 millones de personas que, además, interactúan con el resto del mundo. Y las motivaciones humanas son muy ricas. En los últimos años hemos visto muchos cambios en China, la mayoría ya experimentados por otros países, y también por nosotros. Detrás de cada uno de estos cambios hay sucesos concretos, razonables en su mayoría, pero con consecuencias. La apertura se extiende a los capitales. El control de la liquidez y del crédito fue más difícil. Se crearon burbujas, en el sector inmobiliario y en la bolsa. Bienvenidas sean, decían, si permiten desarrollar un sector clave en el crecimiento y en el nivel de vida de la gente, si permiten extender la riqueza financiera, si dan nuevas oportunidades para la refinanciación de las empresas públicas… También en Occidente decíamos que «esta vez es diferente», que es una oportunidad única para que todas las familias tengan su vivienda, que esto afianza la clase media y da estabilidad social y política al país… Las fábricas pueden controlarse; el sistema financiero tiene muchos grados de libertad, y se escapa. La historia se repite.

Hay ya muchos buenos diagnósticos de qué ha pasado últimamente en China. Demasiado crecimiento de la inversión y poco del consumo; esto es ineficiente. Demasiada deuda, sobre todo en las empresas públicas y en los gobiernos regionales y locales. Presión para mantener el crecimiento, porque queda aún mucha mano de obra subocupada, y el paro puede ser un grave problema social y político… ¿Apuesto por China en el largo plazo? Sí: su potencial económico sigue siendo formidable. ¿Y en el corto plazo? China ha mostrado que es vulnerable, como lo fueron en su día Japón, Taiwan y España, y hace poco México, Brasil y Turquía. La historia se repite.

TEMAS