Intangibles

Las barbas de los franceses, otra vez

JESÚS RIVASÉS

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La historia, a veces, se repite, sobre todo en Francia. La radical rectificación de François Hollande con su política económica, ahora de la mano de su nuevo primer ministro, Manuel Valls, de raíces hispano-catalanas, suena, para más veteranos, a un dejà vu. Otro François, Mitterrand, tuvo que hacer algo muy similar, apenas año y medio después de su llegada al poder en 1981 y tras poner en marcha, con la colaboración de varios ministros comunistas del Gobierno que encabezaba Pierre Mauroy, un plan económico de izquierda radical que dejó a Francia al borde del colapso en pocos meses.

La política expansiva de Hollande ha sido un juego de niños comparada con la de Mitterrand, pero ha puesto en apuros a la muy rica Francia que, como ha explicado Manuel Valls, no se puede permitir un gasto público del 57% del PIB. La medicina es dura y el tratamiento no será corto: pensiones y salarios de funcionarios congelados, recortes en sanidad y protección social.

Felipe González, como acaba de recordar en ABC el alcalde de Zaragoza Juan Alberto Belloch, ganó las elecciones en 1982 después de haber renunciado al marxismo. Cuando González llegó a la Moncloa, ya había podido comprobar el histórico fracaso de la política económica de Mitterrand, y optó por su propia vía socialdemócrata, en cierta medida en la línea de la que aplicó Adolfo Suárez. No en vano, Fernando Abril dijo en más de una ocasión que lo más parecido a UCD era el PSOE que abandonó el marxismo.

Bastantes compañeros de viaje de Suárez, con Fernández Ordóñez de estandarte, acabaron en las filas socialistas. Nadie sabe qué política económica hubiera aplicado Felipe González si el experimento social-comunista de Mitterrand no se hubiera estrellado. Pero si alguien soñó con ciertas veleidades, la realidad de la vecina Francia las arrumbó al desván del olvido por más de una generación. Rajoy y su Gobierno ni quieren ni necesitan el ejemplo de Hollande, pero en el PSOE de Rubalcaba empezarán enseguida los codazos de los aspirantes a jefe/a de los socialistas españoles, sin que ninguno de los que se vislumbra en el horizonte -MadinaChacónLópez y hasta Susana Díaz, ahora con problemas propios- tengan un discurso económico coherente conocido.

Todos soñaban con el éxito económico de Hollande, pero ahora, como escribió Shakespeare en Hamlet: «La voluntad y el sino nuestros corren tan encontrados que toda estratagema nuestra es derribada». Otros, en la despedida de García Márquez, se preguntan si las naciones condenadas a lustros -no hacen falta cien años- de deuda y déficit tendrán otra oportunidad para mantener la prosperidad. Cuando las barbas de los franceses veas cortar.