Largas vacaciones del 96 (8-10-1996)

Llegaron caminando para recordar que siempre se pueden reformar las reformas. Batea, en el confín sur de Catalunya, se niega a que sus hijos recorran 80 kilómetros al día para ir a la escuela. 

JOAN BARRIL

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Empieza a hacer frío en Batea. Y, sin embargo, las mañanas continúan ensartadas por esos sonidos tan veraniegos que forman el zumbido de las bicicletas y el rebote de los balones. Los niños de la Terra Alta se han visto instalados en la prórroga de las vacaciones y mientras ellos juegan, sus padres se han puesto a trabajar en actividades extrañas: dibujan pancartas, se reúnen los unos con los otros y se van, bordando las carreteras, a la corte que se encuentra en Barcelona. Hay malestar en los límites, pero los límites siempre pillan demasiado lejos. Esos catalanes del borde, siempre a punto de precipitarse en los dominios del llamado 'Territorio MEC', no quieren reforma escolar hasta que no haya reforma de unas vías de comunicación demasiado arriesgadas para los autobuses escolares. La Terra Alta no se llama así por simple toponimia sino por orografía pura y dura. Para salir de Batea hay que bajar y para regresar a sus calles porticadas hay que subir. En total: 80 kilómetros diarios para que un chaval de 12 años vaya al instituto de Gandesa a desgranar una enseñanza obligatoria que en Batea comporta un plus de obligaciones.

Hubo un tiempo en el que los pueblos se fundaban teniendo en cuenta los valles fértiles, los cauces del agua, el abrigo de unas rocas. Nadie pensó en agrupar las primeras casas en previsión de que siglos después el azar político construyera un instituto o un polígono industrial o un embalse. Vivir en los pueblos se está poniendo difícil. Y esa dificultad recae ahora sobre aquellos ciudadanos menudos a quienes el privilegio de la edad les tenía que garantizar una vida fácil y no una vida nómada peinando las curvas y deshilachando el alba.

--A esos de la Generalitat no les preocupa Batea. Es una gota de agua sin importancia. Lo que les preocupa es que el ejemplo cunda y que cada vez sean más los pueblos que se nieguen a mandar a los niños a una escuela lejana.

Esteve Canalda, uno de los padres caminantes, está cansado. Lleva mucha carretera en los pies y se ha tenido que tragar muchas palabras ante las ofertas de la conselleria de Xavier Hernández. Su larga marcha no será tan importante como la de Mao Zedong. Pero su regreso a Batea tampoco será una retirada como la 'Anábasis' de Jenofonte. En los pasos contados se intuye una tenacidad que merece ser oída.

--Por todas partes donde hemos pasado hemos sentido un apoyo total, como si todo el mundo estuviera disconforme con la ESO.

No es la ESO, probablemente. Es la evidencia de que en el pulso entre gobiernos y ciudadanos no hay causa pequeña. El paso de esos caminantes es, al fin y al cabo, el que permite la rotación del planeta, el que corrige los reglamentos y el que introduce la razón humana en las grietas de la razón administrativa. Pero hay también un pequeño choque de lenguajes. Cuando llegan a la Via Augusta barcelonesa se produce la colisión entre las cosas claras y las normas espesas, entre la fuerza  tranquila de los manifestantes y la excesiva tranquilidad de los gobiernos

que se creen fuertes.

Mientras tanto, los niños de Batea continúan sus largas vacaciones del 96. Sus juegos son una revuelta dulce. La Terra Alta pilla lejos y de tanto llenarnos la boca diciendo que Catalunya es un país pequeño a veces hasta parece demasiado grande. Mientras tanto los niños no han ido a clase, pero sin duda han empezado a aprender que la realidad no siempre está en los libros.