Dos miradas

El lamento

Una niña tose afectada por los gases lacrimógenos lanzados por la policía contra los refugiados en Idomeni, en la frontera de Grecia y Macedonia.

Una niña tose afectada por los gases lacrimógenos lanzados por la policía contra los refugiados en Idomeni, en la frontera de Grecia y Macedonia. / lg

JOSEP MARIA FONALLERAS

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La foto de AFP que ha publicado EL PERIÓDICO lo dice todo. En la vía del tren en desuso que hacía de cauce del río de tiendas donde dormían los refugiados de Idomeni, frágiles y volátiles, un niño con una gorra de color rosa chicle con cenefas verdes y negras se acerca la mano al cuello. Se ahoga. Tras él, otros refugiados que huyen del humo asfixiante que lanza la policía. También lo dice todo la enfermera Gemma Poca. Su relato es estremecedor: «Europa es asesina, de verdad, son unos asesinos, no tienen corazón. Hay muchos niños y mucha gente mayor que no puede correr y no puede irse».

La voz de Poca se deshace, se rompe, reclama la presencia sobrecogedora del testimonio, justo en el momento en que la iniciativa del Gobierno griego, sumada a la adversidad del clima, convierte Idomeni en un infierno aún más pavoroso: lluvia, barro, humo, inclemencia del tiempo y de los hombres. Todo se ha conjurado para una expulsión infame que pretende disolver el problema con la conjura del silencio y la invisibilidad.

Vivir al lado de la valla era pensar en un sueño imposible. Los refugiados habitaban en un día sin reloj, en una muerte que algunos apaciguaban con comida, clases de inglés, medicinas, leña, juegos o cantos. Ahora no les expulsan del paraíso, pero sí de la posibilidad de ser vistos, de sentir su clamor, aunque sea difuso y débil. Lo decía Joseph Brodsky en un poema: «Que no me solidarizo con nada, solo con el lamento». Mientras tanto, el fascismo avanza.