La vida cuando ya has vivido la vida

Con el tiempo, la vida se te llena de gente fallecida. Primero desfilan los familiares mayores o los amigos de la familia que siempre te parecieron viejos. Luego sigue la generación de los padres y las desapariciones se hacen más dolorosas. Hasta que un día falta un amigo de tu edad, algún primo o algún hermano incluso. Esto ya inquieta más.

A veces se altera ese orden. Entonces, al dolor se une el desconcierto, porque eres demasiado joven para ver la muerte entre tu clase de edad. Hasta que ya no queda nadie por encima de ti y te conviertes en una de esas personas que siempre parecieron mayores a los hijos de tus amigos. Piensas, entonces, que tu muerte quizá dolerá pero no sorprenderá a nadie. Te percatas de que esta rueda gira desde tiempo inmemorial sin que el mundo se altere para nada.

Cuando se tiene más vida detrás que por delante las cosas se ven de otro modo. Son las mismas, pero tú eres distinto. Has vivido más que vivirás, tienes más recuerdos que expectativas. Algunos se vuelven conservadores, se comprende. Otros, en cambio, se hacen más osados, es lógico: quien más tiene por conservar son los jóvenes, con toda la vida por delante... Martí Domínguez, en su magnífico ensayo El somni de Lucreci, reprocha a Galileo que acabara retractándose. Argumenta que ya tenía 70 años y habría podido culminar su vida gloriosamente. Da que pensar verlo así.

En todo caso, ¿cuánto futuro nos queda? «Nadie es tan joven que no pueda morir mañana...», dice la Celestina de Fernando de Rojas. Y añade: «...ni tan viejo que no pueda vivir un día más». ¿Qué haremos en ese día que casi seguro que aún nos queda? Es una buena pregunta. Si no somos capaces de mejorar la realidad que nos rodea, lo viviremos miserablemente. Y si no nos hace felices, también. Si bien se mira, ello rige para la vida por entero.