La verdad no se ensaya

FRANCISCO JAVIER ZUDAIRE

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Un operativo descomunal, una imputada inusual y una rampa judicial. ¡Cuánto ruido mediático y global!, ¿traerá nueces el nogal?

Me gustaría poder decir que nunca he mentido, pero no puedo, estaría mintiendo, y no es el momento. Algo sé, pues, de mentiras; lo suficiente para ser consciente de la importancia relevante de su estructura, de cuán fundamental resulta trabajarla. La mentira. Primero, la base, que ha de ser sólida y sin fisuras, recia, para soportar el peso de la trama. Luego vienen las diferentes alturas de la construcción, donde debe evitarse el exceso de ramificaciones o complejidades. La mentira bien elaborada no precisa demasiadas derivaciones, porque la generosa dispersión de los complementos circunstanciales, digamos, te puede llevar fácilmente al equívoco y, todavía peor, a la contradicción; y entonces, estás perdido.

Así que una buena base y encarar la mentira directamente, yendo al grano y sin abusar de los adornos, se convierte en regla general apropiada. Al final, el remate de la mentira debe colocarse con contundencia, es obligado aplicar la misma determinación que cuando dices la verdad. Es decir, necesitas creerte tu mentira para que los demás la compren. Y eso se consigue metiéndose en la misma a medida que la vas soltando.

Dicho esto, también añadiré que sé decir la verdad, y la he pronunciado en muchísimas ocasiones, y ahora no miento. La verdad de un suceso, por ejemplo, según lo has vivido, no necesita entrenamiento: cuentas tu historia y punto final. Ninguna verdad necesita ensayos. No existe riesgo de contradecirte y, como mucho, puedes derivar el relato de su contenido hasta más allá de las lindes de la objetividad y en virtud de tu propia subjetividad; por eso es 'tu verdad'.

Cuando oigo que alguien va a declarar ante el juez sobre unos hechos y lleva días y días ensayando con su abogado lo que va a decir, no puedo creerme que tenga la intención de decir la verdad, ni su verdad. Más bien pienso en lo contrario, en el trabajo ingente de urdir una trama falsa. Pero, a veces, la excesiva reelaboración produce una mentira escasamente creíble, bien porque la base, además de ser débil, anda ya desnudada por los pregoneros.

En cualquier caso, ¿qué cabeza medianamente equipada sostendría el argumento de haber gastado tiempo y dinero en el objetivo de ensayar la verdad? No, eso no es así. Ni siquiera los músculos con venas de sangre azul pueden retorcer los conceptos hasta volverlos del revés. Sería irracional descubrir a estas alturas que la verdad exige una metodología compleja para salir a la luz. En absoluto. La complejidad y los problemas, en todo caso, vienen luego, como efecto de no haber mentido: precisamente, por eso se miente, para evitar consecuencias no deseadas.

¿Sabremos la verdad?, ¿alguna de ellas? Siempre nos quedaría el consuelo de la corriente filosófica del Helenismo, para el que es imposible alcanzar la verdad y no deja otra salida posible que recurrir al escepticismo (bien nos vendrá en estos tiempos). Pero ésa, la filosofía, me parece que es otra historia, y aquí la doctrina ventilada y encausada al final de la rampa es más un materialismo ansioso que una inquietud del espíritu. O sea, materia judicial pura y dura. Ergo, el juez dirá.