Al contrataque

La trampa del lenguaje

El saqueo lo perpetraron precisamente los dirigentes que nos martilleaban con la canción de que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades

ERNEST FOLCH

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El día en que hagamos la historia universal de la crisis, deberemos reservar un capítulo de honor para explicar qué hacían los que proclamaban la austeridad mientras proclamaban la austeridad. Por suerte, una tenue luz periodística empieza a llegar con retraso a las profundidades oscuras de aquellos años siniestros. La última cueva de Alí Baba que ha emergido es el cutre tinglado financiero que montó el ahora presidente de la Comisión Europea Jean-Claude Juncker cuando presidía una plataforma de evasión fiscal, perdón, un país llamado Luxemburgo. Entonces, un enigma recorría el viejo continente: ¿cómo era posible que la mayoría de corporaciones tecnológicas mundiales tuvieran la sede en la misma calle de un mismo Estado insignificante de solo 2.500 kilómetros cuadrados? El misterio no era tal: estaban allí por el maravilloso recorrido que va del 28% de impuestos que les hubiera tocado pagar hasta el ridículo 2% que acordaron por debajo de la mesa, y todo gracias a lo que los think tanks del capitalismo que agoniza llaman ingenería financiera, que no es nada más que el eufemismo de atraco a mano armada.

No tan lejos de allí, pero también en este 2008 en que, para que calláramos, se nos prometía que había que refundar el capitalismo, hemos sabido ahora que el entonces gobierno socialista pagó de más a las eléctricas una cifra monstruosa de 3.000 millones, y no solo no los reclamó, sino que se puso de perfil a la espera, una vez más, de que el tiempo enterrara el asunto. Y a pesar de todo lo que, aquí y allí, nos han hurtado, lo más espeluznante no es que nos hayan saqueado delante de nuestras narices, ni tan siquiera que todos estos robos haya sido, por supuesto, cien por cien legales. No. Lo verdaderamente enfermizo es que todo lo perpetraron los dirigentes que precisamente entre el 2008 y el 2010 nos martilleaban con aquella canción de que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.

El verdugo y la víctima

Mientras se enviaba a centenares de miles de personas a la miseria en el sur de Europa, los mismos que verbalizaban la austeridad casi como un erotismo se llenaban los bolsillos por debajo de la mesa. El milagro fue posible por una sencilla operación de prestidigitación comunicativa, que consistió en trasladar la culpa del verdugo a la víctima. Se nos hizo creer que el problema no era de ningún Juncker sino de los millones de griegos que cometieron el pecado de aspirar al lujo de cobrar 1.000 euros al mes. La auténtica ingeniería, pues, no fue financiera sino verbal, y ha sido la trampa del lenguaje acusador, muy bien patrocinada, la que ha permitido que los auténticos responsables de la crisis la sigan dirigiendo a su antojo. Queda una lección esperanzadora: a pesar de todo, el gran arma de destrucción masiva no es el dinero, sino el lenguaje. Reconquistémoslo.