Ideas

La sombra de los padres

Quizá es hora de catalogar como género literario los relatos paternofiliales

ÓSCAR LÓPEZ

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Sé que no es una moda y que a lo largo de la historia de la literatura los relatos paternofiliales han estado siempre presentes. Lo constaté de nuevo el otro día cuando me detuve a pensar en la ingente cantidad de libros de estas características que he leído: Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique; La mortaja, de Delibes; Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir; Infancia, de J.M. Coetzee; Sukkwan Island, de David Vann... y así hasta el infinito. Pero lo que más me llamó la atención es que en los dos últimos meses han caído También esto pasará, de Milena Busquets, El balcón en invierno, de Luis Landero, La ley de la ferocidad, de Pablo Ramos, y pronto tocará el nuevo libro de Fernando Marías, La isla del padre, ganador del último premio Biblioteca Breve.

Siempre se dice que los grandes temas literarios son el amor, la muerte y el paso del tiempo. Yo colocaría a su misma altura estas historias de padres e hijos que nos hieren de una manera especial. Cuántas veces hemos sentido que esa novela o ese relato lo habían escrito solo para nosotros. Me lo confirmaba hace unos días Pablo Ramos cuando leyó La invención de la soledad, de Paul Auster. Así que a lo mejor ha llegado el momento de catalogarlo como género literario; un género donde se entremezclan las historias vengativas, beatíficas, tiernas y desgarradoras. Cualquiera de las novelas citadas da fe de ello.

Pero lo más sorprendente, es que a diferencia de lo que ocurre con los otros grandes temas, en estas historias no solemos salir indemnes de la lectura. Porque no se puede afrontar la creación literaria sobre los padres sin dejarse en ello la propia biografía, y eso te exige honestidad, franqueza, rabia y el amor más profundo. Que le pregunten a Vargas Llosa, Le Clézio o Roberto Arlt qué hubiera sido de su carrera literaria sin la sombra alargada y devastadora de sus progenitores. Seguro que todos hicieron suya la rabiosa misiva de Kafka que empezaba así: «Queridísimo padre: Hace poco me preguntaste porqué digo que te tengo miedo. Como de costumbre no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo».