La sociedad es así

MARTA ROQUETA

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Los 'Sad Puppies' y los 'Rabid Puppies' son un grupo de autores y lectores de ciencia ficción estadounidenses que, desde hace un par de años, se dedican a boicotear los Premios Hugo, de los más importantes del género. Según dicen, los premios ya no valoran la calidad de las obras, sino que se han vendido a la ‘corrección política’. 

Por corrección política entienden, por un lado, visibilizar tramas que escapan cada vez más de los patrones de lo que ellos consideran la esencia de la ciencia ficción, marcada por el género de los culebrones espaciales (‘space operas’), basados en el conflicto interestelar, las aventuras y las tramas de amor caballeresco. Por el otro, premiar con más frecuencia el trabajo de mujeres u hombres no blancos, no heterosexuales o no anglosajones. Es el caso del chino Liu Cixin, ganador del premio a la mejor novela este año por ‘El problema de los tres cuerpos’ y uno de los autores de ciencia ficción más relevantes de su país.

La acusación de pretender que la cultura se base en la difusión de obras donde la corrección política es más importante que la calidad es una crítica frecuente a las personas que cuestionan la representación de mujeres y hombres en toda película, serie de televisión, videojuego o cómic que cae en sus manos. La necesidad de introducir nuevas visiones y de cuestionar los roles que vemos representados en ellos se menosprecia, aún más, por el hecho de que este tipo de cultura se asocia con el “entretenimiento”, algo que buscamos para evadirnos, relajarnos o no pensar.

Una de las razones por las que las distintas violencias contra la mujer se perpetúan en nuestra sociedad es porque los estereotipos y los valores que las cimientan siguen difundiéndose a través de la cultura. Y, en muchos casos, ni siquiera nos damos cuenta. Cuando lo hacemos, las escenas de violencia absolutamente gratuitas, los personajes misóginos o la irrelevancia de los personajes femeninos es asumida con un “si la sociedad es machista, es normal que la obra sea machista”. Da igual que sea la serie de TV-3 'Merlí' como un videojuego protagonizado por Lara Croft.

Que una sociedad trate mal a un grupo de personas no significa que ni el creador ni el público piensen que es correcto tratarles así. La profesora y las estudiantes de ‘La sonrisa de Mona Lisa’ o las amas de casa y sus empleadas domésticas negras descritas en ‘Criadas y señoras’ son representadas en estas dos películas con una profundidad que dista mucho de la concepción de las mujeres negras y blancas que tenía la sociedad estadounidense de los cincuenta y sesenta.

Basta con mirar películas como ‘Blade Runner’ o ‘La guerra de las galaxias’ para ver que, en sociedades futuristas o supuestamente más avanzadas, el papel de las mujeres es igual de irrelevante que el desempeñado en filmes sobre épocas pretéritas. Aunque se supone que, a medida que pasa el tiempo, más avanzamos en igualdad, nadie se ha quejado del poco realismo de los filmes de Ridley Scott y George Lucas. Es más, ha habido una película ambientada en un futuro apocalíptico, ‘Mad Max: Furia en la carretera’, que ha recibido críticas por presentar el personaje femenino de Imperator Furiosa más capaz y relevante para la trama que el propio Max.

Todo ello no quiere decir que desterremos de la cultura a los misóginos o que no debamos representar violencia contra las mujeres. La clave es cómo lo hacemos. Podemos presentar esta violencia como algo que ocurre sin más y que no tiene efectos en el desarrollo de la historia porque el punto de vista de la víctima es irrelevante. Y dar un toque de glamour y romanticismo a personajes cuya relación con las mujeres podrían ser las de un malo de la serie ‘Mentes criminales’, como es el caso de los protagonistas de ‘Cincuenta sombras de Grey’ o ‘Crepúsculo’.

O bien podemos optar por tramas como las de la serie ‘The Walking Dead’, donde los maltratadores son percibidos como individuos que perjudican la unidad del grupo y pagan por ello. Las mujeres maltratadas, una vez libradas de sus agresores, pasan a ser elementos activos de la comunidad.

Tenemos derecho a disfrutar de los productos de ocio, sí, pero también debemos ser conscientes de cómo los valoramos, cómo nos relacionamos con sus personajes y cómo nos influyen.  Si sólo fuera entretenimiento, ni los Sad ni los Rabid Puppies se hubieran tomado tantas molestias en boicotear nada. Como tampoco los instigadores del movimiento ‘Gamergate’ se hubieran dedicado a acosar con tanto ahínco a desarrolladoras de videojuegos y a blogueras que, como Anita Sarkeesian, denuncian la representación femenina en estos productos. Todo, una vez más, bajo el pretexto de preservar de visiones intrusas las esencias y la ética del género.

En el fondo, lo que está en juego es el monopolio de la representación de realidades, ficciones y relaciones humanas.