Los jueves, economía

La reluctante hegemonía alemana

Merkel demuestra en la crisis de los refugiados lo injusto de las acusaciones de insolidaridad recibidas

JOSEP OLIVER ALONSO

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Todos nos hemos sentido golpeados por el pequeño Aylan Kurdi, aparentemente dormido, pero ahogado, en la turística playa turca de Akyarlar. Y a ese oprobio se ha añadido el escarnio. ¿Cómo si no habrían de calificarse esas imágenes de mujeres abrazando desesperadas a sus pequeños, arrancadas violentamente por la policía húngara de trenes que se dirigían hacia Austria o Alemania? ¿O las de esa columna de miles de sirios dirigiéndose, a pie, hacia Viena a través de Hungría? Llevábamos meses sabiendo de decenas y centenas de ahogados en el Mediterráneo, donde miles de refugiados afrontan una parte, final y espantosa, de su calvario. Pero ha tenido que ser el pequeño Aylan el que ha puesto a la sociedad europea frente a su espejo. Y lo visto aterra. Porque, ante esa avalancha de desesperación, solo Grecia e Italia como países de entrada, y Alemania como receptor final, han respondido como cabía esperar de un país europeo, con una cultura en la que la solidaridad tiene un papel central.

Pero esas imágenes también han trastocado conciencias, encendido alarmas y despertado una amplia corriente de solidaridad. Los miles de alemanes recibiendo a refugiados en las estaciones de Múnich o Berlín, o las iniciativas de ciudades españolas para acoger demandantes de asilo, muestran la otra cara de Europa. Aquella que, frente a la persecución política, religiosa, sexual o de cualquier otro tipo, recuerda que el asilo es, o debería ser, sagrado.

Merece la pena destacar la distancia que existe entre la posición de Merkel y la de Orban, el primer ministro húngaro, la de Cameron el británico o la del español Rajoy. Amplificando lo peor de sus sociedades, estos últimos se han opuesto casi hasta el final a la acogida de refugiados. Y en ello no ehan estado solos. Hace unos meses, ante las primeras señales de la catástrofe que ahora ha tomado proporciones bíblicas, la Comisión planteó inicialmente un sistema de cuotas obligatorias entre los 28 países miembros para atender a ¡40.000 refugiados! Pero incluso esa exigua cifra (luego elevada a 120.000 más) fue imposible de lograr por el boicot de gran parte de gobiernos europeos, entre los cuales destacó el de Rajoy en el sur y el de otros países del centro y del este de la Unión. Ahora se ha pedido a España que acoja a casi 15.000 demandantes de asilo lo que, finalmente, el Gobierno ha aceptado.

Esta tragedia constituye una lección para todos. Porque ha resuelto, en gran medida, un importante debate provocado por la respuesta a la crisis financiera. Acerca de hasta qué punto Alemania era, o no, el líder adecuado para conducir Europa. Quizá entonces los alemanes no tuvieran ningún deseo de dirigir la nave y cargar sobre sus espaldas los costes de su privilegiada posición. Es lo que la prensa anglosajona denominó el reluctant hegemon, es decir, el líder reluctante. Se acusaba a Alemania de germanizar Europa, pero sin el deseo de ejercer plenamente su autoridad. Y se contraponía su posición a la de EEUU que, tras la segunda guerra mundial, aceptaron beneficios, pero también cargas, por su liderazgo del mundo occidental.

MIRAR A BERLÍN

Ahora, sin embargo, ha quedado claro que, ante cualquier situación realmente seria, sea el salvamento de Grecia hace unos meses o la crisis humanitaria ahora, todos vuelven su mirada hacia Berlín. Y esa posición esperando el diktat de Merkel es, justamente, la contraria de lo que se ha venido predicando hasta hoy, acusando a Alemania de falta de solidaridad. Una denuncia injusta, que solo puede basarse en la falta de conocimiento sobre el apoyo financiero alemán al rescate del sur.

Alemania, con dificultades evidentes, está lentamente tomando el mando. Y los problemas de ese cambio no son pocos. Hace unos días, Der Spiegel Der Spiegelse preguntaba cuál de las dos Alemanias triunfaría, si la solidaria o la contraria al proyecto europeo. Nadie lo sabe. Pero ante el espanto que causa esa parte de Europa insensible a todo aquello que no sea lo suyo, tranquiliza que Merkel advierta que la crisis de refugiados pone en peligro la libertad de circulación de personas en Europa. Y que ello no se puede tolerar, porque disgrega los fundamentos de nuestra casa común. Como lo fue, también, su posición contraria a la expulsión de Grecia, cuando afirmó que si el euro caía, Europa no aguantaría.

A la luz de cómo se comportan nuestros gobernantes, aquí y en otras partes, bienvenida sea esa creciente hegemonía alemana. Es la única que puede salvar el proyecto europeo en el medio plazo. Para bien o para mal, si Merkel no decide en una determinada dirección, Europa simplemente no existe. Gracias, cancillera. En el trato a los refugiados, nos representa a todos. ¿Una Europa germana? ¿Una Alemania europea? Ni lo uno ni lo otro. Simplemente, Europa.