La rueda

La pobre riqueza triste

La esperanza gozosa de ver satisfechos los deseos modestos es fuente de gran felicidad

RAMON FOLCH

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La alegría va a menudo asociada a la pobreza porque es una derivada de la ilusión. La ilusión es la esperanza de ver satisfecho un deseo. Los ricos, al poder convertir en realidad cuanto quieren, no suelen tener verdaderos deseos, solo ambiciones. Por eso viven en el hastío. Las lánguidas clases altas europeas asociaban la elegancia con la displicencia. Cualquier sonora risotada hería las buenas maneras. Los poderosos, a lo sumo, sonreían.

Los demonios de la oferta han proliferado de tal modo en la opulenta sociedad moderna que ahora los ricos, además de llorar, como reza el culebrón, sonríen mal. Son pobres relativos: tienen mucho, pero aún les queda margen para la ambición. Sin embargo, su deseo ambicioso no es ilusionado, siguen faltos de alegría. Reírse sin alegría es patético. La actual riqueza ambiciosa es más triste que nunca.

Los niños tercermundistas siempre te reciben risueños. Ríen y están contentos. Cualquier golosina o juguete nimio provocan la fiesta. O la simple novedad de verte. Para el budismo, la felicidad es la ausencia de deseo. Los niños orientales o africanos, aunque aún ajenos a actitudes filosóficas, van por ese camino; son felices porque desean poco. Anhelan cosas posibles y festejan alegremente la consecución de sus modestos objetivos. O alimentan gozosamente la esperanza de alcanzarlos.

Los acomodados ciudadanos de los países desarrollados nos reímos poco porque, aun teniendo mucho, nos parece insuficiente. No sé si los ideólogos del crecimiento ilimitado lo saben. De hecho, no sé si hay propiamente ideólogos desarrollistas. Me temo que nuestro problema es la escasez de ideólogos, justamente. La comodidad excesiva aturde el pensamiento. Explotamos el deseo, pero no perseguimos la felicidad. De paso, al consumir demasiado nos cargamos el planeta: fatal. ¡Felices pascuas!