ARTÍCULOS DE OCASIÓN

La piedad tardía

DAVID TRUEBA

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Me sorprendió hace unos meses la crueldad con que la sociedad se despachó contra la actriz Renée Zellweger después de que trascendieran unas fotografías donde se apreciaban los estragos de la cirugía estética en su rostro. Sorprende que los mismos medios que fomentan la dictadura de la belleza juvenil y empujan a las personas relevantes a conservar un aspecto magnífico pese a la decadencia propia de la raza humana, se coloquen una máscara de moralistas y de inquisidores para juzgar estos casos cuando rozan lo ridículo. La propuesta de reinventarse a uno mismo está siempre lanzada en las páginas de las revistas, pero cuando la reinvención resulta ser un recauchutado todos nos volvemos inocentes y lanzamos la primera piedra. Volvió a suceder equivocadamente, como todo periodismo relacionado con el cotilleo, en el caso de Uma Thurman, que ocupó las portadas con un aspecto desacostumbrado y poco agraciado fruto del maquillaje.

Apenas unos días antes había tenido lugar la ceremonia de los Goya, cuyo principal foco informativo suele ser la pasarela de gente atractiva vestida por marcas de alta costura. Viajando en el tren no pude evitar escuchar la conversación de dos mujeres que repasaban en su tableta las fotografías más destacadas de ese evento. Sus comentarios eran de una crueldad aguda, casi siempre referidas al aspecto físico de las mujeres y su acierto o desacierto al elegir las prendas de vestir. No era muy distinto de las tertulias al uso que se retransmiten por televisión, pero llama la atención que toda esa acidez y el talento para despellejar las apariencias ajenas no nos mueva a ser tolerantes con quien, empujado por el qué dirán, por las críticas salvajes, por los comentarios hirientes y por la ausencia de ofertas de trabajo, termine por caer en las manos de la cirugía plástica, que promete revitalizar los rasgos que han perdido la hilatura de la juventud.

A todos nos gusta gustar y no conozco a nadie que, por ejemplo, para entregar un Goya se ponga un cojín debajo del traje y simule estar más gordo de lo que está. Mis amigas actrices notan un bajón tremendo de la actividad laboral al cumplir los 40 años y si no recurren a la cirugía es porque poseen la suficiente inteligencia para comprender que por ese camino no van a lograr más papeles, sino que van a perder los pocos que pudieran llegarles acordes con su nuevo aspecto y la edad alcanzada. Los medios y los espectadores de los medios ejercen un juicio sumarísimo sobre el discurrir del tiempo, que no tiende a ser realista sino que fomenta la frustración y lo dañino. Hacerse viejo es un imponderable y, por lo tanto, la aceptación y la comprensión serían las actitudes más inteligentes, pero no va por ahí la dinámica social. Cuando hemos presenciado estos estallidos de juicio estético sumario, estas ridiculizaciones globales del aspecto de alguien, en el fondo, lo que la sociedad anhelaba era un suicidio o un acto de desesperación al que corresponder luego con la piedad tardía. Lo más frustrante para esas hienas es que alguien siga viviendo ajeno a ese juicio y que ejerza su libertad, empezando por su propio cuerpo.