Al contrataque

La pax hispánica

JOAN BARRIL

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Imperceptiblemente se está difundiendo una supuesta normalización de la violencia de las administraciones que no se corresponde con el clima de desesperanza que nos invade. No me refiero exclusivamente a la violencia estructural de desahucios, expulsiones territoriales o simples pugilatos judiciales entre magistrados que se han puesto al servicio de la ciudadanía y miembros de la judicatura a los que se intenta inhabilitar de por vida. Me refiero a la violencia de la porra. No se trata de convertir a los policías antidisturbios en profetas desarmados. Se trata, tal vez, de entender que la palabra disturbio, en tiempos de crisis, debe ser vista de otra manera. Un disturbio sería, para ciertos gobernantes, la alteración del paisaje urbano que no casa con la necesidad del orden. Pero ¿quién ha alterado el paisaje urbano? ¿Cuáles son las leyes que llevan a una visión pacífica de nuestro mundo? Hoy cualquier colectivo se siente inseguro. Entre las leyes que facilitan el despido, la impunidad de ciertos banqueros, el tiro al negro en las verjas de Melilla o la tardanza quirúrgica de la Seguridad Social, parece que lo más importante es la sumisión humilde y conformista con ese estado de cosas.

Generar más crispación

Entre la manifestación pacífica y la disolución violenta está la política. Y la política hoy no parece haber tomado partido por la doliente situación de tanta gente. No solo eso. También ha decidido crear problemas donde no los había. Extrañas manos intentan ilegalizar a la Assemblea Nacional Catalana en un nuevo y miope alarde para generar más crispación. Tantos años hablando de que la democracia acogía a todas las iniciativas mientras fueran pacíficas, y ahora a ese modelo absolutamente pacífico, como el que siempre se ha dado en Catalunya, se intenta equipararlo con centenares de miles de insurrectos guevaristas. Por fin alguien se ha dado cuenta de que no es el loco Mas el que salió a la ventana a azuzar a las masas, sino que fueron las masas las que se dirigieron a la ventana de Mas y le exigieron que les hiciera caso. Como no se trata de mandar al presidente de la Generalitat a las mazmorras, mejor poner un bonito estado de excepción en Catalunya para que la Forcadell y sus secuaces vayan a enredarse en la tela de araña del constitucionalismo letal.

Ya nada se entiende en ese extraño rifirrafe en el que el Gobierno ya no sabe qué hacer para evitar que a cada amenaza le crezcan los independentistas. Ni siquiera se entiende la propia fiscalía del TSJC, que en un par de días ha pasado de reconocer la posibilidad de la consulta a decir que a los fiscales se les ha malinterpretado. Mal asunto cuando a la justicia se la malinterpreta, porque de ella dependen la libertad, el buen nombre y el famoso Estado de derecho. Una justicia voluble, un pacifismo sospechoso y una aceptación de la violencia sin garantías. Ese es el panorama en el que hoy estamos chapoteando.