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La orquesta del rencor

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DAVID TRUEBA

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Las crisis económicas se han transformado tradicionalmente en una pesadilla humana. No hace falta explicar de nuevo cómo el ascenso del nazismo se asentó sobre la evidencia, compartida por demasiados alemanes, de que su precaria situación económica se debía al enemigo externo, radicado en las naciones que los derrotaron en la Primera Guerra Mundial, y un enemigo interno, la raza judía, dedicada principalmente al comercio y la actividad financiera. El terrorismo, pese a resguardarse tras valores esencialistas, religiosos o territoriales, casi siempre surge de situaciones de pobreza extendida. Por eso no es malo detenerse en la capacidad que puede tener esta crisis económica que padece Europa a la hora de conformar un nuevo carácter continental. Los primeros ramalazos de xenofobia ultranacionalismo no vienen más que a confirmar una tendencia habitual: la de proteger lo propio cuando vienen los problemas, creyendo que el demonio viene de fuera.

Pero el demonio casi siempre está dentro de los propios países, aunque resulta invisible porque actúa parapetado tras la familiaridad y la cercanía. La más grave inclinación en los periodos de sequía financiera, con las condiciones laborales arrastradas hacia la precariedad, es el nacimiento de un rencor larvado, sutil y devorador. Es la forma primaria del odio y la irracionalidad. El resentimiento aparece cuando alguien se considera a sí mismo víctima de un daño dirigido y planificado contra él. Forma parte del abanico de pasiones más incontrolables, precisamente porque la persona que lo padece no reparará en el mecanismo por el cual ha sido invadido por ese sentimiento y sí en las razones que lo justifican. De acuerdo con un patrón habitual de conducta, el rencor terminará por buscar la venganza y el resarcimiento. El rencor mira con desprecio a la resignación, pero no son estos dos sentimientos enfrentados. El rencor a quien destruye es a la inteligencia crítica.

El rencor crece porque no existe una explicación racional de la situación que vivimos. Por más que nadie tenga la solución mágica, más allá de palabras altisonantes y discursos plagados de lagunas intelectuales, la situaciones complejas atraen discursos simplones. Pero quienes asistimos a la desigualdad y la incapacidad para remediarla no podemos ceder al rencor en sus variadas formas, porque estaremos inhabilitados para encontrar la salida a la crisis. Convocaremos un combate equivocado y nos aliaremos no a quien mejor nos conviene, sino a quien de manera ciega ataca a nuestros enemigos. El nacimiento del rencor dentro de nosotros tendría que ser el mejor antídoto contra esa tentación. ¿Pero somos capaces de verlo, de presentirlo, de detectarlo en nosotros antes que en los demás? Es ese invisible proceso el que más aterra, despertar una mañana y descubrir que el rencor guía tus impulsos, o peor, ni tan siquiera reparar en ello. Ya no hay, entonces, otro camino que el enfrentamiento visceral. Y la orquesta del rencor pasa a tocar la melodía que más nos gusta, la que nos libera de culpa y señala a los otros como razón de nuestra desgracia insuperable. Música agradable y adictiva, cegadora y contundente, concierto que acompaña la desaparición de nuestros mejores rasgos de humanidad.