monólogos imposibles

La mujer es una patria

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dominical 604 seccion barril anne hidalgo / periodico

JOAN BARRIL

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Ya me imagino el Carnaval del año que viene en Cádiz, cuando las chirigotas canten a coro mi nombre. Porque yo ya ni me acordaba de que era de Cádiz. Somos de donde nacemos, pero también de donde queremos ser. Y yo llegué a los 2 años a Francia y ahora veo que llegué para quedarme, porque por encima de las fronteras está el país de la izquierda y el país de la mujer. Lo comentábamos a menudo con la que fue mi maestra en la cosa política, Martine Aubry, la que consiguió establecer la semana laboral de 35 horas. Eran tiempos en los que el partido socialista estaba en manos fuertes e indiscutibles. Ahí estaban Lionel JospinMichel Rocard o aquel seductor que todavía es Jack Lang; grandes profesores para una alumna que nació en el único intento liberal que marcó España en el siglo XIX y que fueron las Cortes de Cádiz.

Sobre las mesas de mi nuevo despacho está la prensa francesa, pero también la prensa española. Incluso los periódicos de la derecha española me consideran uno de los suyos. Han pasado casi dos siglos, pero mis antiguos compatriotas deben de creer que la españolidad es un valor eterno y que en realidad soy la venganza de aquellos Cien Mil Hijos de San Luis, que al mando del Duque de Angulema consiguieron acabar con la tradición liberal española. Realmente, España está cautiva de su propia historia, mientras que Francia ha sido una tierra abierta que debería seguirlo siendo a pesar de esa bruja de Marine Le Pen. En la historia reciente de Francia hay mucho extranjero, muchos estadistas nacidos en las colonias o llegados de los rincones más sombríos de Europa. Hoy soy la alcaldesa de la que se dio en llamar la ciudad de la luz y mi misión es que esa luz no se extinga jamás.

En estos primeros días ha venido a desayunar con frecuencia Bertrand Delanoë, mi antecesor en el cargo. ¡Cómo ha envejecido Bertrand tras estos años en la alcaldía! Pero después de tantos años siendo su segunda no puedo más que agradecerle esa pequeña revolución que fue admitir abiertamente su homosexualidad cuando ya era alcalde. Lo mismo que hizo en Berlín el alcalde Wowereit. París ya no arde, pero nos da calor a los espíritus libres. Estos días he recibido muchas cartas de felicitación. En una de ellas había una fotografía en blanco y negro. Se veía un grafito pintado en la pared de la Sorbona. Era en 1968 y yo solo tenía 6 años. En la pared alguien había escrito: “Sous les pavés, la plage!”, bajo los adoquines, la playa. Deberé ir con cuidado para evitar que las barricadas vuelvan a florecer y que París vuelva a ser la obra de Victor Hugo llamada 'Los miserables'. Me gustaría que la ciudad fuera una permanente exposición de Robert Doisneau y que la gente se deshiciera en besos ante las fachadas de una ciudad tranquila.

Estos días he llegado hasta la alcaldía a pie. La gente ya se ha olvidado de los carteles electorales y me dejo ser una parisina más. Leo la prensa en un café mientras me agarro a los cuernos del cruasán y pienso en mi niñez y en mi futuro. Por fin conozco los motivos por los que se dice que todos los niños vienen de París.