El 68º aniversario de la liberación

La memoria que sopla de Auschwitz

El recuerdo del Holocausto es la denuncia de una forma de hacer política que solo se fija en las metas

La memoria que sopla de Auschwitz_MEDIA_1

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REYES MATE

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Son muchos los países que mañana, 27 de enero, día de la liberación de Auschwitz, conmemoran oficialmente a las víctimas del Holocausto. El Estado español y la Generalitat catalana también lo hacen. Dado el gusto de nuestro tiempo por las memorias, convendría pararse un momento y reparar en la singularidad de la conmemoración del Holocausto judío. El 27 de enero no tiene que ver con el 12 de octubre de 1492 o el 11 de septiembre de 1714. Del 1492 se festeja un triunfo, la conquista de un mundo nuevo que es valorado por la posteridad como un ejemplo de grandeza; del 1714 se recuerda una derrota, que es transmitida como una injusticia o la violación de una causa justa. Tienen las dos fechas en común, sin embargo, que no cuentan las víctimas sino la grandeza del triunfo en un caso y la nobleza de la causa en el otro.

La memoria de Auschwitz es diferente porque el epicentro son las víctimas de una violencia desconocida, literalmente impensable, pues a lo largo de un antisemitismo milenario a nadie se le había ocurrido exterminar a todo un pueblo por el hecho de formar parte de ese pueblo. Esa monstruosidad impensable, perpetrada fríamente por un pueblo civilizado, el alemán, con el apoyo de una buena parte de la sociedad europea, iglesias e intelectuales incluidos, ha tenido lugar. Y cuando lo impensable ocurre se convierte en lo que da que pensar. A eso, a la obligación de todos nosotros, los nacidos después de Auschwitz, de pensar la vida partiendo de lo que el ser humano ha sido capaz de hacer, aunque escape a los análisis más sesudos, a eso llamamos deber de memoria.

Babaries y genocidios ha habido muchos, pero solo después del Holocausto judío hemos empezado a hablar del deber de memoria. No se trata solo de acordarse del sufrimiento infligido a los millones de judíos, gitanos u homosexuales asesinados o perseguidos; se trata sobre todo de hacer presente la lógica letal con la que se ha construido la historia que llevó a Auschwitz pero que sigue vigente. El deber de memoria es la denuncia de un modo de hacer política que consiste en valorar las metas sin parar mientes en el coste humano y social de esas conquistas. Ese modo de hacer política, que se acelera con los nazis, viene de lejos. El ser humano siempre ha sabido que los imperios, las conquistas, las colonizaciones, las riquezas o el poder se han construido sobre víctimas, llámense indios, esclavos, negros o, sencillamente, pobres. A algunas mentes privilegiadas, como la del filósofoHegel,esa constante no dejaba de preocuparle y sorprenderle, porque la historia del ser humano venía a demostrar que era más violenta y destructora que el más feroz de los animales. Pero el estupor le dura dos páginas, porque enseguida encuentra la respuesta tranquilizadora: las víctimas son el precio del progreso. El fascismo es un buen discípulo del progreso. Si lo importante es llegar a la meta -en este caso la meta era la fabricación de un hombre nuevo-, quitemos de en medio todos los obstáculos, empezando por lo que a sus ojos más podía ensuciar la pureza del producto que perseguían: el judío.

Lo que preocupa al deber de memoria es la vigencia o no de esa forma de hacer política. No perdamos de vista que quien plantea el deber de memoria son los supervivientes. Cuando son liberados nos cuentan que la humanidad no puede permitirse otra vez el infierno del que salen. Hay que impedirlo. Y el remedio que proponen es algo tan modesto como la memoria de lo ocurrido. Los aliados no se lo toman en serio. Ellos tienen otros proyectos más eficaces -elplan Marshall, una Constitución democrática para Alemania, etcétera-, pero ¿la memoria? Pues sí, para los liberados el remedio es el deber de memoria: frente a una lógica política basada en la violencia del poder y del dinero, Auschwitz propone la memoria del sufrimiento, que, como diceTheodor Adorno,se sustancia en esta regla: «Dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda verdad».

Lo que debería preocupar a quien honre el día de la memoria es el lugar del sufrimiento en los proyectos políticos: ¿seguimos pensando que lo importante son los objetivos sin detenernos a valorar el sufrimiento que esos proyectos conlleven? Sería ridículo pensar que a los políticos no les importa el daño que generan el paro, los recortes y las medidas de austeridad. Lo sienten, seguro, pero nos dicen que hay que pasar por el sufrimiento para recuperar la dicha. Es la lógica letal del progreso, y eso demuestra que no hemos aprendido ni recordado nada. Porque si hay que recortar -y había que recortar en muchos campos porque el consumo había secuestrado el sentido-, siempre se puede hacer de dos maneras: o puño de hierro con los de abajo y guante de seda con los de arriba o puño de hierro con los de arriba y guante de seda con los de abajo.