La lista más votada, según y cómo
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Apenas recompuesto del estrepitoso fracaso en Andalucía, el PP ha puesto precio a su voto en la investidura de la socialista Susana Díaz: solo posibilitará que repita como presidenta si el PSOE acepta que en autonomías y ayuntamientos gobierne la lista más votada tras las elecciones de mayo. Una maniobra abocada al fracaso, pues, llegados a la segunda y definitiva votación, Podemos y Ciudadanos preferirían facilitar con su abstención la investidura de Díaz antes que forzar una repetición electoral que la acercase a la mayoría absoluta.
La exigencia del PP, coherente con su frustrada reforma electoral, resucita preventivamente un debate que cobrará mayor fuerza tras los próximos comicios locales, marcados por el signo de la fragmentación y las alianzas poselectorales: ¿debe gobernar, siempre y en cualquier caso, la lista más votada? Pues, como en casi todo, según y cómo.
Por principio democrático, es obvio que el ganador de unas elecciones debe gozar de prioridad a la hora de formar gobierno. Pero asegurarle la elección sin más, sea por ley o mediante pactos de despacho, desincentiva la búsqueda de acuerdos que garanticen la gobernabilidad. La prima al líder más votado cobraría mayor sentido con listas abiertas, pues el candidato, liberado del diktat de su partido, se habría granjeado personalmente el favor de los electores.
Mayorías alternativas
Mientras tal cosa no suceda, otorgar de entrada la alcaldía o la presidencia autonómica al vencedor en las urnas impediría, asimismo, que se conformasen mayorías alternativas, acaso más sólidas y congruentes con el mandato de los electores.
Si bien abundan los ganadores en las urnas que han dado con sus huesos en la oposición, suelen citarse como ejemplos de desgobierno los tripartitos que gobernaron Catalunya del 2003 al 2010. Pero lo cierto es que ni aquellas coaliciones de izquierdas, ni el posterior pacto de Artur Mas con el PP, ni la actual alianza CiU-ERC han sido, precisamente, modelos de estabilidad política. Más que amoldar las reglas en su beneficio, los políticos deberían gobernar en beneficio de los ciudadanos para así ganarse las holgadas mayorías que ansían.
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