Peccata minuta

La lista

JOAN OLLÉ

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'President', si en mi último artículo le supliqué que nos deje de engañar, como los curas, con el cielo de la independencia, ahora le pido que no nos insulte. Oírle decir que quien no esté a favor de su opción y sienta simpatía por otras es un aliado de Rajoy es motivo suficiente para echarse a temblar si su lista triunfase. Entiendo que tras todos sus tejemanejes para salir a flote, con la inestimable ayuda del escudero Junqueras y el bello tránsfuga Romeva, ande envalentonado para declarar la guerra a España y al mundo.

No siento la menor simpatía hacia Rajoy, pero su padre, que yo sepa, no escondió dinero en Luxemburgo ni en Andorra, y, hoy por hoy, tiene un pequeño detalle en su haber, que se llama Constitución. Naturalmente, president, que estoy por el derecho a decidir, e incluso por fundar y presidir el Club de Peatones que Deciden Cruzar en Rojo, siempre que luego no nos quejemos si nos atropella una apisonadora. O bien otro alado club que invitase a la ciudadanía a lanzarse desde los balcones y volar, volar, volar… Le agradecería que creer en las leyes de la ciudad y en la de la gravedad no me suponga estar en la lista negra de la catalanidad. El derecho a decidir es fundamental y lo reclamaré para morir con mínimo dolor posible, pero no estoy por la eutanasia colectiva. Decía un tal Espriu que a veces es necesario y forzoso que un hombre muera por un pueblo, pero que nunca ha de morir todo un pueblo -o medio, o una cuarta parte, añado yo- por un hombre solo. Y este hombre  hoy es usted, president.

Derecho a decidir y cultura

Al derecho a decidir le sienta muy bien la cultura, pero no entendida como un compulsivo bombardeo audiovisual de propaganda nacionalista, Barça y feliz entretenimiento jijijí. Sin cultura no hay criterio; solo seguidismo. Se quejaba Bru de Sala, exdirector general de Cultura de la Generalitat de Pujol, en su artículo del lunes: más país, menos cultura. El malogrado editor Jaume Vallcorba iba aún más lejos, asegurando que el pujolismo y su descendencia habían aniquilado la cultura catalana. Sí, la cultura, aquella vieja dama que prefiere las dudas a las certezas. Me vienen a la memoria los ingentes desvelos de Miquel Calzada, comisario del sonado Tricentenario (¿?), para que la barcelonesa Carmen Amaya fuese excluida de todo reconocimiento oficial en el 50 aniversario de su muerte: no bailaba en catalán.

Juegue limpio, president, y explique a sus seguidores las posibles consecuencias de su quijotesca aventura. La grandeza del viaje a Ítaca es el tiempo invertido en él; no la urgencia de quien hace cuatro días cayó del caballo y ahora, por supervivencia y narcisismo, quiere ser héroe nacional a la de ¡ya! sin ni siquiera reprobar las fechorías de su indecente mentor.