La clave

La libreta de Rajoy

JOAN MANUELPERDIGÓ

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Escribe Stefan Zweig en 'El tiempo de ayer' que «la historia, obedeciendo una ley irrevocable, deniega a los contemporáneos conocer en sus inicios los grandes movimientos que determinarán su época». Mal presagio para quienes piensan que en este pequeño rincón de mundo ya han aparecido todos los signos de lo que llegará a partir de setiembre. Algunas personas tienen (¿tenemos?) la manía de creer que los días que vivimos son trascendentales. Al fin y al cabo son nuestros días. ¿Pero cuántas veces la historia no se ha parado y ha dejado para otro momento aquello que parecía inevitable?

Cuando dentro de 50 años, unos historiadores que ni siquiera han nacido hoy intenten desentrañar qué hicimos aquí a principios del siglo XXI, ya habrán solventado el aserto del escritor vienés y sabrán el resultado del partido. Pero para saber por qué acabó como acabó tendrán que hacer lo que sus maestros: estudiarnos. ¿Dónde erró este o aquel? ¿Qué opción no vio? ¿Qué interpretó mal? ¿Subestimó algo o a alguien?

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Consultarán miles de textos. Algunos útiles, muchos otros serán solo ruido. Desde que el panfleto y después la prensa se convirtieron en arma para difundir ideas a principios del XVIII, es más fácil investigar. Pero también está lo que quedó oculto o lo que algún protagonista publicó mucho después, cuando ya todo había pasado. Memorias, cartas, dietarios... Sitios donde la gente se sincera y, aunque solo cuente 'su' verdad, nos ayuda a comprender.

Decía Luis Buñuel al final de sus memorias que lo que más le molestaba de la muerte era perderse lo que iría pasando en el mundo en que vivió. Le habría gustado regresar cada 50 años para hojear los diarios y algún libro. Puestos a imaginar que semejante deseo pudiera hacerse realidad, uno volvería con la curiosidad de saber si se habría hallado las notas privadas de Rajoy. Si alguien habría dado con una libreta de papel con espiral, de las de su época de la escuela, en que tendría escrito con trazo firme y monótono, como cuando el maestro te castigaba a copiar: «España no se va a romper, España no se va romper, España no se va a romper...» Así, hasta 'tropocientasmil' veces.