MONÓLOGOS IMPOSIBLES

La joya del Tíbet

Barril

Barril / periodico

JOAN BARRIL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Me estoy haciendo mayor y a veces pienso cuánto más voy a durar. Me consuelan mis paseos por Dharamsala y mis charlas con mis discípulos, pero empiezo a estar harto de aviones y de aplausos de gente desconocida. Nunca he sido nada más que dalái lama, maestro del océano. Tenía 2 años y consideraron que era la reencarnación del lama anterior. Y así hasta hoy. Ni siquiera me he cambiado las gafas. Y lo único que veo es a mis amigos y a mis enemigos. Los occidentales guapos se acercan a mí y me cubren de donativos. Los chinos, en cambio, si pudieran acabarían con el Tíbet. Y una de las formas de acabar con mi pueblo es desmantelar el Po-Tala y hacer llegar hasta Lhasa el tren más alto del mundo. Los chinos necesitan espacio y van a buscarlo a las cumbres. Los chinos necesitan ser los únicos y se disponen a instalarse en las calles de mi extraño país.

Dicen que soy el representante de un Gobierno teocrático, pero lo único a lo que aspiro es a mantener la fuerza del espíritu y de la paz. Si todo el mundo fuera budista no habría guerras y viviríamos en una gran armonía. Las bases de esa paz están escritas y ahora me planteo si vale la pena buscarme un sucesor. Al fin y al cabo, las autoridades chinas están dispuestas a buscarme un sucesor dócil y pactista. Y eso es grave. Recuerdo cuando yo mismo designé como sucesor al niño Gendun Chöky Nyima. Tenía sólo 5 años y los chinos lo hicieron desaparecer junto con toda su familia. La mano de China es alargada, llega de muy lejos e interrumpe el futuro.

Cuando yo muera, mi reencarnación siempre será más débil de lo que yo soy. Si Pekín nombra a mi sucesor, todo el prestigio del budismo caerá por sí solo y ya no vendrán ni Richard Gere ni Gwyneth Paltrow a visitarme. Si, por el contrario, el nuevo lama no fuera del agrado de Pekín, probablemente acabaría sus días de forma misteriosa. El budismo tiene un tesoro inmaterial, pero los chinos creen que se lo pueden llevar como si fuera una joya tangible.

No estoy cansado, porque los océanos no se cansan nunca. Pero sí que empiezo a aburrirme. En el supuesto de que me vaya sin sucesor, el budismo tibetano cuenta con una organización muy buena de académicos y monjes muy capaces. El día que yo falte, ¿conseguirán los creyentes de Occidente sentir por mis sucesores la misma veneración que hoy dicen sentir por mí? Al fin y al cabo, yo no soy un héroe. Ni siquiera he sido un redentor de una causa que se hizo patente en plena guerra fría. El budismo tibetano se afirma por la comparación entre el pasado cristiano y la violencia de ciertos musulmanes. Esa es la llave que puede mantener cerrado el gran templo de esta fe individual que es la espiritualidad budista. Jamás hemos hecho daño a nadie y la gente, incluso las personas más agnósticas, se siente atraída por la pertenencia a una forma de creer que supera a todas las demás.

Así lo veo yo, con mis gafas coriáceas de siempre. Y no necesito sustituto, porque la idea es más grande que los hombres. Probablemente, de mí solo queden pequeños suvenires con mi imagen para que los invasores chinos los vendan a sus turistas, pero la espiritualidad del budismo persistirá.