La ingobernabilidad dice: «'Ja sóc aquí'"

JOAN Tapia

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El domingo pasado planteé los tres escenarios poselectorales posibles. El primero, el que las encuestas preveían, era que las dos listas independentistas tuvieran juntas mayoría absoluta pero que -dado que elegir un diputado en Barcelona cuesta 48.000 votos y en Girona o Lleida 30.000 o 20.000- no alcanzarán el 50% de los votos.

Así ha sido. El lunes EL PERIÓDICO -como Le Monde- tituló: «Amarga victoria». Y el diario parisino recalcó que los independentistas habían ganado las elecciones pero perdido el plebiscito. El separatismo obtuvo 72 diputados (cuatro más que la mayoría absoluta) pero se quedó en el 47,8% de los votos.

Además, el reparto es muy duro para la lista unitaria. Mientras que Junts pel Sí (JxSí) ha sacado 62 escaños, nueve menos de los de CiU y ERC juntas en la pasada legislatura, la asamblearia CUP ha pasado de tres a 10. El separatismo solo tiene mayoría absoluta gracias a la CUP y, además, al quedarse en 62 diputados, a Artur Mas no le basta la abstención de la CUP para ser elegido. Necesita un mínimo de dos votos de los «anticapitalistas». Caso contrario, el resultado seria 62 votos a favor (JxSí), 10 abstenciones (CUP), y 63 votos en contra (de todos los otros grupos).

Por eso cuando en la noche electoral JxSí se quedó en 62 diputados se dispararon todas las alarmas y la cara de Mas reflejó el golpe. La CUP se había pasado toda la campaña afirmando que en ningún caso votarían al líder de CDC. Y el lunes surgió el rumor de que, dado el veto de las CUP, el president podía ser Raül Romeva, el exeurodiputado de ICV que abría la lista unitaria, u Oriol Junqueras, el líder de ERC. También la vicepresidenta, Neus Munté, que tenía la ventaja de ser de CDC y venir de la UGT.

Pero CDC se ha cerrado en banda al indicar que si Mas no es president el Parlament se tendría que disolver en dos meses y habría que ir a nuevas elecciones dos meses después. En febrero. Se incrementaba así la presión sobre la CUP que incluso subió más cuando el martes el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya citó a declarar a Mas el próximo 15 de octubre por la querella interpuesta por el fiscal general del Estado a raíz del proceso participativo del 9-N. ¿Impediría la CUP que fuera reelegido un presidente imputado por haber puesto las urnas?

Nadie sabe lo que hará el grupo que encabeza ahora Antonio Baños. Insisten en que es una decisión colectiva no votar a Mas aunque ya han dicho que no lo quieren matar y un diputado electo -Julià de Jòdar- ha mostrado dudas. Y han lanzado ideas tan peculiares como una presidencia coral, a base de tres o cuatro personas con mando político similar. O rotatoria.

Lo que finalmente hagan tendrá mucha relevancia porque de ellos depende la reelección de Mas y quizás provoquen las terceras elecciones anticipadas en tres años. Pero lo que ya se ha puesto de relieve es que hoy no hay mayoría de gobierno posible.

Sin disciplina de partido

El grupo de JxSí es muy diverso: 30 diputados de CDC, 21 de ERC y 11 independientes que son de su padre y de su madre. No tendrán disciplina de partido ni la de una coalición como CiU (me dicen que en la primera reunión Lluís Llach ya avisó de que su voto sería siempre libre). Pero aunque JxSí funcione satisfactoriamente, solo son 62 diputados. Para gobernar, y más con un programa nada fácil, se necesita un sólido pacto de legislatura. O muchos pactos puntuales.

Cuesta creer que Mas (u otro presidente de JxSí) los pueda lograr. Primero porque la CUP es asamblearia y el único pacto posible sería en base a medidas radicales, que harían que el sucesor en Economía de Andreu Mas-Collell tuviera que sudar todavía más para poder afrontar el pago de nóminas y proveedores a fin de mes. Y en acelerar el llamado procés, lo que podría acabar muy mal. Y como las leyes de la transición nacional y la nueva Constitución no son cosas fáciles en 18 meses, y menos en un plazo inferior, aparece el fantasma de un choque frontal con el Estado, precipitado y desestabilizador, que causa seria preocupación en el mundo económico e institucional.

Y aparte de la CUP, JxSí no puede pactar con nadie ya que su programa -y su cohesión interna- son incompatibles (salvo revisión profunda) con las posiciones del PSC e incluso de ICV-Podem. Un grupo sin mayoría puede gobernar (no sin sobresaltos) si logra pactos puntuales (como Mas en el 2011), o de legislatura (Maragall y Montilla del 2004 al 2010) con otros grupos. Pero eso exige un pragmatismo al que JxSí ha renunciado al erigir a la independencia como dogma irrenunciable y a corto plazo. Así el único pacto posible es con la CUP que por definición y carácter asambleario es totalmente refractaria a un programa de gobierno. Parece pues que, salvo milagro o ruptura de JxSí, cosa harto improbable, hemos entrado en una etapa de ingobernabilidad. Que puede ser coral o rotatoria. Y ese no sería lo peor porque extraviar el norte lleva a ridículos como el de Lluís Companys en el 34 al proclamar una independencia que acabó en pocas horas con su rendición a la guardia civil del general Batet, que impuso el orden constitucional. Batet fue luego fusilado por Franco por idéntico motivo.

Pero lo peor nunca es seguro. Y las elecciones del próximo 20-D pueden cambiar cosas.