Peccata minuta

La infanta rampante

JOAN OLLÉ

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Una de las expresiones más repetidas durante estos últimos días por los medios de comunicación es la palabra rampa, aquel «elemento arquitectónico que tiene la funcionalidad de circunvalar parcialmente dos planos distintos, de modo que estos posean una relativa diferencia de altitud en determinado espacio». Quizá estos dos planos distintos de los que habla la definición del diccionario sean la realeza y la realidad. La gran pregunta es: ¿debe la infanta Cristina superar este tremendo desnivel que separa dos superficies en coche o bien como ciudadana de a pie? Y la otra pregunta sería si lo real y lo real pueden llegar a encontrarse (en un juzgado, por ejemplo, y atenerse a idénticos derechos y deberes que todo quisqui) o si siempre han sido, son y serán dos líneas paralelas sin la menor posibilidad de coincidir en ningún punto.

Cristina decidió vivir su vida lejos de la oficialidad monárquica, se trasladó a Barcelona para trabajar en La Caixa y se enamoró de un deportista vasco con el que comparten hijos que hablan catalán. Todo era ejemplarmente ejemplar hasta que el Vagabundo Urdangarin, tal vez avergonzado por no poder brindar a su Dama las atenciones propias de su rango, decidió aprovechar sus influencias familiares para no ser menos que aquellos con quienes se codeaba. A eso se juntó el safari elefantiásico, la precaria pero enamoradiza salud del Rey, y una institución que había sido mayoritariamente respetada (o ignorada) por la ciudadanía ha pasado en poco tiempo a caer en el peor de los descréditos. El Rey da a conocer sus ingresos, pocos céntimos por súbdito, pero no su fortuna personal. La imagen de la Monarquía también se desliza día a día rampa abajo. ¿Podrán enderezarla los discretos Felipe y Letizia o bien España mañana será republicana?

Cristina ha optado por ser defendida por un catalán, el padre de la Constitución Miquel Roca Junyent, con quien se reúne horas y horas para preparar su defensa. ¿Por qué tanto ensayo y preocupación si ella se siente y declara inocente? ¿O bien la cosa consiste en pasearse como un ratón entre los agujeros legales del queso y refugiarse en ellos, burlando así las culpas? Figura que todos somos iguales ante la ley, pero no ante la sagaz capacidad de escapar a sus efectos.

Mejor sentada

Me da igual que la infanta descienda hoy por la rampa a pie, en patinete o en coche de caballos, aunque, pensándolo bien, mejor que lo haga sentada, porque a lo peor, a pesar de estar muy serena, por aquello de los nervios de no saberse la lección, bajando la rampa le da una rampa, se cae, tienen que llevársela al hospital y ¡con las ganas que ella tiene!, no podría declarar.