La hora de la política

No se lo pondrán fácil a Sánchez, pero devolver la papeleta a los votantes revelaría la incompetencia de los partidos y no resolvería el enredo del 20-D

ENRIC HERNÀNDEZ

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Lo preocupante no es que la gobernabilidad de España lleve 44 días en suspenso. Lo inquietante es que en el mes y medio transcurrido desde las elecciones generales el diálogo político no haya existido. Unos y otros se miran de reojo sin mediar palabra, intepelándose ante las cámaras en lugar de entablar negociaciones e intercambiar propuestas. No le falta razón al rey Felipe cuando se confiesa molesto porque ningún político haya acudido a la Zarzuela con un pacto mínimamente ahormado bajo el brazo, pues no es su función constitucional decidir quién intenta gobernar, sino dar fe de quién está en condiciones de hacerlo.

Pese a exhibir su condición de candidato más votado, justifica Mariano Rajoy su táctica abdicación en la negativa del PSOE a facilitar su investidura, sin haber negociado siquiera con Albert Rivera el apoyo de Ciudadanos. De sumar 162 escaños en lugar de pasar la vez hubiera gozado de mayor legitimidad para exigir a Pedro Sánchez un pacto de adhesión, o al menos de no agresión.

Ahora es a Sánchez a quien le corresponde la muy ardua misión de recabar los apoyos precisos para formar Gobierno. No se lo pondrán fácil. Pablo Iglesias no renunciará a un Gobierno de coalición que en el PSOE levanta tanto sarpullido como el compromiso de Podemos de promover un referéndum en Catalunya o su pretendido acercamiento al independentismo catalán. Y Rivera, aun interesado en evitar las elecciones y propiciar que el PP implosione tras su desalojo del poder, tampoco facilitará con su abstención ninguna oferta a Catalunya que comprometa la unidad de la soberanía española.

Responsabilidad y sacrificios

El monumental enredo derivado de los resultados del 20-D no se resolverá por sí solo. Su compleja resolución exigirá diálogo, responsabilidad, flexibilidad y sacrificios de todos los actores implicados. Quien mire más por su interés particular que por el general será penalizado. Porque devolver la papeleta a los votantes, aparte de atestiguar la incompetencia de los partidos, no tendría por qué arrojar una aritmética parlamentaria muy distinta a la actual. Llega, pues, la hora de la verdad. La hora de la política.