El futuro del planeta

La fe en la tierra de Francisco

El Papa intenta con su encíclica denunciar la relación entre agresiones ambientales e injusticias

REYES MATE

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El Papa tiene el raro privilegio de darse un nombre y si es verdad que el nombre propio es la firma de uno (con lo que firma), hay que decir que Francisco ha sido fiel, en su primera encíclica, al espíritu franciscano que inspiró su nombreLaudato Si' son las primeras palabras en toscano de un célebre poema con el que Francisco de Asís cantó la fraternidad del hombre con el agua, el aire y la tierra, ejemplo «de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad».

El poder del cristianismo quizá resida en una fecunda contradicción. Por un lado defiende la idea de que el hombre y el mundo son finitos, de ahí que todo lo que ocurre en ese tiempo limitado sea importante. Lo entendió bien el Kafka de La Muralla China cuando decía que la Torre de Babel fracasó pero no porque hubiera una confusión de lenguas, como dice la Biblia, sino porque los constructores, pensando que tenían tiempo de sobra, nunca pusieron la primera piedra. Por otro lado, la idea de que el mundo tiende hacia su plenitud, de ahí que haya que acompañarle en el logro del objetivo previsto. La primera idea ha creado la cultura revolucionaria, la de interrumpir el tiempo y anticipar su final; la segunda, por el contrario, ha animado una cultura más bien conservadora, la de ir hasta el final, ayudando a la naturaleza a que despliegue todas sus virtualidades. A lo que una y otra cultura se oponen es a la mansa evolución que nos lleva al desastre porque el hombre no sabe decir basta. El Papa ha comprendido que no hay nadie en la sala de máquinas y reacciona con un texto que no es divinal sino muy terrenal aunque invoca lógicamente a toda la corte celestial.

Francisco no se pone al frente de la manifestación. Respeta la veteranía de voces críticas más madrugadoras y tampoco llama la atención por sus estridencias aunque la gravedad del asunto admita un punto de exageración. Deberíamos recordar que ya en 1972 el famoso Club de Roma publicó un demoledor informe titulado Los límites del crecimiento Los límites del crecimientoen el que un grupo de científicos avisaba de que si seguíamos con ese ritmo llevaríamos al desastre al planeta Tierra. Nadie les hizo caso. Cuarenta años más tarde otro nuevo informe del citado club sobre recursos disponiblesaumento de la población y deterioro del planeta, llegaba a la conclusión de que ya no se podía hablar de crecimiento disponible sino simplemente de decrecimiento (véase Ugo Bardi, 2014, Los límites del crecimiento retomados. Epílogo de Jorge Riechmann).

El autor de la encíclica no llega a tanto. No defiende el decrecimiento sino el crecimiento sostenible. Ni siquiera tiene su escrito el tono alarmista de recientes declaraciones que vienen de la ONU, incluso de la NASA, alertando de un «colapso de la civilización». Aunque su largo escrito está lleno de análisis sobre las causas y las consecuencias del deterioro del planeta, no pretende llenar un vacío teórico, sino conseguir un cambio de políticas a través de un cambio de mentalidad. Quiere ganarse a la opinión pública para la causa y de ahí sus constantes guiños a quienes sufren la polución del agua y no pueden comprarse una botella; o a quienes han perdido su hábitat secular en la Amazonia por la voracidad maderera.

A estas alturas ya no vale el negacionismo. Queda lejos el gesto despectivo de un Aznar, copa de Ribera de Duero en ristre, mofándose de la ecología. Los informes científicos avalan sólidamente la tesis de un planeta enfermo. Pero no se hace nada o se toman medidas manifiestamente mejorables. Los políticos no se arriesgan porque se jugarían las próximas elecciones con medidas impopulares cuyos beneficiarios no están aún ahí. Los poderes económicos tampoco están por la labor porque necesitan el mito de los recursos inagotables para mantener el acicate del consumo.

Solo queda la gente y lo que pretende la encíclica Laudato Si'es ganársela. Trata de convencerla mostrando la relación entre la agresión a la Tierra y la injusticia a los hombres pues «tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre»; desmonta sin truculencias un modelo de progreso y desarrollo que destruye más de lo que crea; aboga por un sobrio estilo de vida, a contracorriente de lo que se estila, y «por un diálogo abierto y amable» entre los propios ecologistas, cautivos a veces de ideologías visionarias; desmonta interpretaciones teológicas que han servido para devastar la Tierra (habría que entender el «dominar la Tierra» del Génesis como un «labrar y cuidar del jardín del mundo»)... Toda una estrategia dispuesta a enfrentarse al destino de Casandra que teniendo el don de la profecía estaba condenada a que nadie la creyera.