La familia leal

La lealtad es compromiso. La fidelidad es terquedad. La lealtad escucha. La fidelidad se hace la sorda

RISTO MEJIDE

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Me considero una persona leal. Que igual no lo soy, pero oye, yo me lo creo. Y por eso justamente no puedo ser fiel. Porque aunque a nuestro diccionario aún le cueste ver las diferencias, estoy convencido de que las hay, madre mía si las hay. La lealtad es compromiso. La fidelidad es terquedad. La lealtad es incondicional. La fidelidad es inflexible. La lealtad es no perder de vista los fines. La fidelidad es negarse a que existan más medios que los que en su día escogí. La lealtad es cualquier cosa menos renunciar al destino. La fidelidad es o lo hacemos a mi manera o no hay nada más que hablar. La lealtad está siempre abierta a lo que suceda. La fidelidad cierra todas las puertas y ventanas. La lealtad escucha para avanzar. La fidelidad se hace la sorda, cuando todos sabemos que no lo está.

Por eso, en esta vida hay que elegir, o eres fiel o eres leal.

El fin justifica los medios, dirán los que jamás leyeron a Maquiavelo. Con todo el cariño, pero no habéis entendido nada. Leed de nuevo al cardenal Mazarino o simplemente El Príncipe hasta el final. También podéis dedicaros a dormir con la conciencia anestesiada y dejar de dar por saco, dejad de molestar.

Leal es alguien que jamás te pregunta por qué lo hiciste. No le interesan las razones, pues tus motivos tendrás. Si estás en un apuro se mete hasta el cuello contigo. Si te juzgan por lo que sea, testifica sin siquiera conocer el delito. Si llevas un cadáver en tu maletero, él se presenta con una pala. Si algún día te estrellas, se lía a hostias contra el que puso el muro ahí, a quién se le ocurre. Y si te encuentras una piedra enorme en tu camino, él se agacha, la levanta y te pregunta a quién hay que apedrear. Eso es lo que yo llamo amistad.

El conjunto de tus personas leales y a las que tú les profesas lealtad, es lo que yo llamo familia.Aquella gente que nunca te decepciona porque jamás conjugaron el verbo fallar. Los que están todo el tiempo sin necesidad de verte cada día. Los que saben que el contador de tu ausencia está siempre a cero. Y el de tu presencia jamás depende de si estás o no estás. Cuando una confesión no es un acto jurídico, sino una inversión humana en lealtad.

Ojo que la lealtad no te hace bueno ni malo. No te otorga ningún valor. Simplemente te hace más fuerte. Porque hasta los más villanos, los más corruptos, la mayoría asesinos y hasta los genocidas más cabrones necesitaron de sus cómplices leales. Es lo único que tienen en común con la buena gente. La necesidad de tener alguien en quien confiar hasta las últimas consecuencias.

Todo lo demás es simple fidelidad. Inercia absolutamente prescindible. Coherencia temporal con lo que hiciste hasta ahora, proyectada hacia todo lo que hagas de ahora en adelante. La jaula del pasado en la que decidimos encerrar nuestro futuro. Prisión condicional sin fianza para cualquier esperanza. Lo que se firmó va a misa, aunque ya todos seamos abiertamente ateos, pero claro, como tú un día firmaste, ahora toca apechugar.

La inercia está reñida con la iniciativa. La justicia está reñida con la búsqueda de la verdad. La memoria es incompatible con la felicidad. Y lo que haces no es todo aquello que te pasa, sino todo aquello que tú empujas para que llegue a pasar.

De ahí que desconfíe de cualquiera que me diga eso de que «jamás me he acostado con nadie que no fuese mi pareja». Como si la forma de demostrar tu amor y tu compromiso fuese evitar a toda costa una aventura extramatrimonial. Como si promulgarlo a los cuatro vientos fuese algo valioso. Algo a tener en cuenta. Algo para aplaudir. Serás muy fiel, pienso, pero entonces no puedes ser nada leal.

Además, siento mucho decirlo así, pero la coherencia y la consistencia están sobrevaloradas. Franco fue coherente y consistente como mínimo durante cuarenta años, si no más. Y así nos fue.

Vayamos con cuidado con lo que le exigimos a la gente. Porque puede que un día nos lo dé.