Al contrataque
La España del perdón
El PP bate cada hora su propia plusmarca mundial de latrocinio por metro cuadrado
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
No hay nada como el catolicismo: posee la fórmula mágica para expiar el Mal con una sola palabra. Acorralados por las montañas de imputados que se acumulan en la calle Génova, los asesores del plasma han recurrido finalmente a la táctica más vieja del mundo para ganar tiempo y de paso encontrar solaz en la clemencia de nuestro Señor. «Lo siento mucho, no volverá ocurrir»: así pretende disimular Rajoy el enésimo río de porquería que sale de sus cloacas, siguiendo la estela de aquel pionero Juan Carlos I cuando todavía no sabíamos que su perdón de cartón-piedra, como el dedo de Mou, nos señalaba el camino. Por supuesto, no se trata de ningún arrepentimiento sino tan solo de un ingenioso espejismo que intenta hacer pasar la prepotencia como humildad, como ya había intentado Esperanza Aguirre la vigilia presentándose a toda prisa como una arrepentida, eso sí, tras la séptima imputación de alguien de su entorno.
La supuración de la nueva basura ha servido al menos para descubrir que en paralelo al oasis catalán había uno madrileño, que se suma a otros tantos, donde el PP bate cada hora su propia plusmarca mundial de latrocinio por metro cuadrado. Pero la expiación presidencial ya no es suficiente para calmar al respetable, y por eso era necesario sacar de la chistera el conejo que nunca falla. Así fue como, minutos después del penúltimo festival de imputados, Soraya se iluminó y convocó a los medios para anunciar la inminente impugnación de una encuesta. Ante la presión ambiental, rodeado de sobornados y perseguido por su propio pasado, Rajoy ya no pretende ni disimular: el PP necesita desesperadamente el conflicto catalán como si de un yonqui se tratara. Ya solo queda una carta para fumigar tantos zombis con los bolsillos llenos, y es la monodosis diaria de choque de trenes, cuanto más violento mejor: por eso el PP ha ido corriendo a reactivar el proceso, y de paso unirlo de nuevo con su calculadísima prohibición.
Una colisión soñada
Siempre se ha dicho que el PP era una fábrica de independentistas, y lo que hemos descubierto ahora es que lo es de manera absolutamente consciente y planificada. La crisis catalana, regulada a su antojo, sirve ya en cualquier lugar y momento para tapar cualquier vergüenza. Así es la nueva receta mariana para sobrevivir a su último trance: en una mano un rosario para disculparse sobre la marcha y poner el contador a cero, y en la otra una ilegalización, la que sea, para atizar la colisión soñada en Catalunya. Al fondo del escenario asoma ya la coleta de Pablo Iglesias, que ve como su cada vez más cercana victoria electoral se gesta, gratuitamente y sin ningún esfuerzo, en los telediarios de cada noche. No hace falta ninguna campaña. Basta con el tufo a cadáver que desprende esta España que ya solo sabe pedir perdón. Tápense la nariz, que ya queda poco.
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