La Diada es un millón de cosas
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Entro en Barcelona por el Baix, a pie de playa. Miles de catalanes disfrutan de este inesperado verano en septiembre. Cientos de coches salen de la ciudad en dirección al sur aunque me temo que pocos pararán en Tarragona. Otros tantos llegan a la capital, uniformados con sus camisetas de la Vía Catalana. Antes del mediodía, la Gran Vía ya tiene aroma de Diada. Los veo a todos muy tranquilos, a unos y a otros. Mucho más que los que transitan por el timeline. E infinitamente más que los tertulianos atrincherados en cadenas monocordes. En este tema, como en tantos otros, la distancia entre la realidad cotidiana y el relato político-mediático se ensancha día tras día sin que nadie piense ponerle remedio. Pasa como en la economía, crecen las ventas de Ferrari y las de Skoda, sufren las gamas medias y especialmente las medias altas.
El mal llamado proceso catalán está durando demasiado en la etapa prerefrendataria. Y los discursos se agotan. La grandilocuencia del entorno de Mas desde la Diada de 2012 intentando sacar tajada política de la "voluntat d'un poble"voluntat d'un poble se retroalimenta con el tremendismo de los que anuncian recurrentemente el enfrentamiento civil de quienes se sienten "extranjeros en su propia casa". Conozco mucha gente, favorable y contraria a la consulta, favorable y contraria a la independencia, que no se expresa jamás en esos términos. Ni unos se sienten un pueblo elegido ni los otros se sienten perseguidos. La política, y los medios, harían bien en expresarse en el lenguaje de la gente en lugar de buscar una artificiosidad que les desacredita una vez más.
Llega la hora de la verdad y no hay lugar para más ambigüedades. El movimiento civil que ha empujado a la mayoría del Parlament a dar pasos impensables en los últimos tres años debe saber que la culminación de sus aspiraciones solo puede ser política, no hay otro camino y para ello llega el momento de deslindar el activismo de las instituciones, la consulta de la independencia. Y los partidos han de entender que la fuerza de la sociedad civil -de toda- es un capital a preservar y a ampliar no a quemar y a reducir. Por encima de la hidalguía y de los tacticismos, quienes desean la independencia saben que no vale nada si es a costa de la unidad civil de los ciudadanos. En los próximos meses tampoco va a servir de nada el negacionismo. Retrotraerse a la Guerra de Sucesión o a la Imperial Tarraco para negar que en Catalunya, en el siglo XXI, hay una gente que plantea la independencia como una opción política es también llevar un asunto al mismo callejón sin salida.
Muchos catalanes acabarán el día en la playa. Algunos en la Vía Catalana. Se volverán a cruzar en la carretera. Me temo que en una cosa estarán casi todos de acuerdo: lo auténticamente normal es resolver las disputas políticas -y ésta lo es- votando, pero en condiciones que acepten todos los llamados a las urnas. El 9-N o cualquier otro día.
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