La clave
La detención de Martín Villa
Los bisnietos de los represaliados por el franquismo no tienen el miedo de sus antepasados
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Dejar el polvo bajo los muebles tiene un problema: cuando haces mudanzas, la porquería vuelve a salir. Durante años ha estado ahí, imperceptible pero contaminando el aire, de manera que solo los alérgicos la percibían. La transición fue oficialmente un éxito, pero exigió guardar algunos polvos bajo el sofá de la desmemoria. Felipe González cumplió escrupulosamente ese pacto. Pero Aznar, que aspiró a liderar una «segunda» transición, lo rompió y dio alas a Pío Moa y compañía con su teoría de que la guerra empezó en el 34 para acabar argumentando que lo del 18 de julio no fue un golpe de Estado sino una vuelta al orden subvertido. La torna llegó con Zapatero, que en su primera legislatura abanderó la «memoria histórica» y abrió las tumbas que demostraban la falsedad del aznarismo.
Cuando ciertas mechas prenden, el tiempo no las apaga. Los bisnietos de los represaliados no tienen el miedo de sus antepasados. Y saben moverse en el mundo global. De manera que han llegado hasta Argentina para poner al franquismo en el centro del debate sobre la cultura universal. La consecuencia final es la orden internacional de detención para 20 exaltos cargos franquistas, incluidos uno de los héroes oficiales de la transición -Rodolfo Martín Villa- y el suegro del exministro de Justicia -José Utrera Molina-. Una verdad incómoda, porque resultó que el pacto no fue solo de silencio, no solo se les eximió de ser juzgados, sino que se les aseguró una pensión vitalicia. No solo no pagaron por lo que hicieron mandando en nombre de Franco, sino que siguieron mandando: Endesa, Sogecable y lo que haga falta.
Un grave error
Vivimos las consecuencias de muchas de las irresponsabilidades de Aznar: la burbuja inmobiliaria, la hipertrofia de las constructoras y los bancos, la recentralización y el españolismo. Ahora son sus correligionarios los que pagan por su locura historicista. Aznar no quería el perdón de los «rojos», por eso quiso reinventar la historia para que no hubiera delito que amnistiar. La izquierda guardó silenció, prisionera del pacto de la transición. Los argentinos, no.
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