El cuerno del cruasán

La ciudad y los perros

JORDI PUNTÍ

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Tengo una amiga que, cuando pasea por Barcelona, dice que es la ciudad de los perros tristes. Y tiene razón: hay muchos perros que arrastran las patas, que se mueven sin ganas, como si en el fondo salieran a la calle para hacer un favor a sus amos. También los hay jóvenes y alocados, claro, pero es como si el paso del tiempo les bajara el ánimo. Puede que una de las razones de esta tristeza -no la única- sea que tienen pocos sitios donde distraerse. Hace unos días, en una entrevista en la Cadena SER, el alcalde Trias reconoció que a Barcelona le faltan «espacios más amplios donde se pueda dejar libres los perros». Mientras se buscan estos nuevos espacios en los parques, dijo, habrá una moratoria de un año para la prohibición de llevar a los perros sin collar.

Las palabras de Trias tienen la rara habilidad de juntar dos problemas que de hecho son independientes: la ausencia de parques donde los perros puedan correr y la necesidad de llevarlos atados cuando van por la calle. Uniéndolos, es como si aceptara que en realidad la prórroga servirá para que los perros puedan corretear y olisquear alegremente por la Diagonal como si fuera la Fageda d'en Jordà. Sin embargo, las suelas de nuestros zapatos saben que un perro sin collar deposita sus excrementos donde le apetece, a menudo lo bastante lejos para que su amo se haga el despistado y no los recoja.

Otro detalle curioso es que Trias diga que hacen falta espacios más amplios para los perros, cuando lo que se necesita son más espacios para la gente. Barcelona es una ciudad con un déficit grave de parques. En los últimos años se han ganado varios, pero la geografía lo pone difícil y muchos son de bolsillo. Los grandes parques urbanos son lugares para huir, para sentirte lejos de casa aunque sea por un par de horas. Además, una de sus gracias, cuando uno va con el perro, es que si le tiras una pelota el animal tarde un rato en encontrarla y así te deja un poco tranquilo. Quizá por eso los perros de Barcelona siempre están tristes: porque no tienen espacio y siempre alcanzan la famosa pelotita en cuatro saltos.