La agnosia catalana

Los catalanes tienen derecho a saber la verdad: mejor superar este trance, elecciones mediante, que prolongar una farsa abocada al fracaso

ENRIC HERNÀNDEZ

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Septiembre del 2012. La Generalitat acaba de acogerse al FLA, pero el ‘president’ Artur Mas niega que haya aceptado la intervención del Estado y reclama un pacto fiscal: “Si me encuentro en una situación así, convocaré elecciones.” Noviembre del 2015. Mas sostiene una tesis diametralmente opuesta: “La autonomía tal como la habíamos conocido se ha acabado.” En efecto, desde el momento en que Catalunya pidió el rescate estatal, en julio del 2012, perdió la escasa autonomía que le quedaba; el giro independentista de CDC siempre fue, así, un ejercicio de escapismo.

Mientras Junts pel Sí negocia con los anticapitalistas de la CUP para que apoyen la investidura de Mas, el ‘president’ en funciones convoca sin publicidad al Cercle d'Economia para calmar al inquieto empresariado. Primero el Parlament proclama la ruptura con España y se declara desobediente ante un Constitucional "deslegitimado"; luego alega ante el mismo tribunal la inocuidad de tan solemne declaración. Dejaremos aquí la ristra de incongruencias no por falta de ejemplos, sino de espacio para enumerarlos.

La política catalana padece de unos años a esta parte un episodio severo de agnosia que la incapacita para reconocer la realidad. El abismo entre las declaraciones y los hechos es tal que, dos meses después del 27-S, quienes con el 47,8% de los votos dieron por ganado su plebiscito aún no han logrado formar Govern. Y las fuerzas que concurrieron juntas a las autonómicas, para optimizar su resultado e iniciar la ‘desconexión’ de España, ahora se presentan por separado a las españolas blandiendo idéntico argumento.

Los catalanes tienen derecho a que les cuenten la verdad. Que la mitad del electorado no puede imponer a la otra mitad su modelo de país. Que sin recursos para pagar nóminas y facturas, desconectar de quien las abona es misión imposible. Que la unidad soberanista no se ha roto ahora; siempre fue una impostura.

Pasar página

Asumir que se ha prometido lo que no se podía cumplir no es tarea grata para ningún político. Pero, antes de prolongar una farsa abocada al fracaso, más valdría pasar página de este trance, elecciones mediante.