La actualidad de 'Ruy Blas'

El drama sobre la corrupción escrito por Victor Hugo en el siglo XIX es aplicable a la España de hoy

ANTONI SERRA RAMONEDA

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Victor Hugo es posiblemente la figura más destacada del romanticismo literario francés del siglo XIX. Pese a ser muy prolífico, fue políticamente activo. Una parte destacada de su obra tiene tierras españolas como escenario. Desde el poema Après la bataille, que años ha todos los bachilleres galos estaban obligados a saber de memoria, hasta dos de sus más celebrados dramas, Hernani y Ruy Blas, suceden aquende los Pirineos. Su biografía explica la querencia por nuestro país. Su padre, mariscal del Ejército napoleónico, fue destinado a Madrid, ciudad a la que se trasladó de niño con su familia y en la que pasó un tiempo cuyo poso afloró luego en sus escritos.

En el prefacio del drama Ruy Blas el autor afirma que se trata de una crítica de la nobleza castellana de finales del siglo XVII. Hoy la enrevesada trama -un lacayo disfrazado de gentilhombre que mantiene amoríos con la esposa austriaca del rey Carlos II- huele a naftalina. Pero la erupción volcánica de vergonzantes casos de corrupción que ha conocido nuestro país ha dado actualidad tanto a la descripción de las clases dominantes de la sociedad de su época, que constituye el trasfondo de su obra, como a algunas de las estrofas que pronuncian sus personajes. Con algunos cambios en los términos que el paso del tiempo ha relegado al desván, Hugo podría ser perfectamente un cronista de los tiempos convulsos que hoy vivimos.

Porque diagnostica así cuanto sucede en España en el prefacio de la mentada obra: «La ley se desvirtúa; la unidad política se despedaza a golpes de intrigas; la alta sociedad deviene bastarda y degenera; una mortal debilidad, así exterior como interior, se infiltra por doquier; las grandes cosas del Estado se desmoronan; las pequeñas permanecen en pie, el espectáculo público incita a la melancolía. De aquí el tedio de la víspera, el temor al día de mañana, la desconfianza de las personas, el desaliento de toda cosa, el disgusto profundo. Como la enfermedad del Estado empieza en su cabeza, quienes están en ella son los primeros que se contagian. ¿Qué sucede entonces? Como todo va a hundirse hay que enriquecerse, acaparar poder, aprovecharse de las circunstancias. Cada uno debe pensar solo en sí. Cada uno debe labrarse, sin compasión alguna por el país, su pequeña fortuna particular en un rincón del gran infortunio público. Cortesanos o ministros se apresuran a ser felices y poderosos. Si tienen talento, se depravan y consiguen su objetivo. Las órdenes del Estado, las dignidades, los cargos, el dinero, todo se toma, todo se quiere, todo se roba. No se vive sino para la ambición y la avaricia. Así, en una atmósfera cargada de gravedad, se ocultan todos los desórdenes que la debilidad humana pudiera engendrar».

Pero el propio texto contiene estrofas cuya actualidad impresiona. En la escena segunda del acto tercero, Ruy Blas se dirige en estos términos al grupo de cortesanos que detentan las riendas del poder: «¡Buen provecho! Virtuosos consejeros / ¿Es así cómo cuidáis la real hacienda / confiada a vuestra guarda, los bolsillos llenando / sin pudor? ¡Y en qué momentos! / Cuando la España llora agonizante / cuando su poderío se desploma / venís a despojarla hasta en su tumba! / Contemplad con vergüenza vuestra obra. / ¡La España, su virtud y su grandeza, / todo se hunde!».

Son más, sí, los políticos honestos que los que cometen estos desmanes, como reza la cantinela que una y otra vez los portavoces nos repiten. Pero entre los primeros son muy escasos los que se atreven a señalar con contundencia a quienes, habiendo faltado si no a la ley cuando menos a la decencia, ocupan escaños contiguos en una instancia pública. Por acción u omisión, todos tienen su dosis de culpa.

Quienes se escudan, o nos escudamos, en el silencio deberían releer a don Miguel de Unamuno. En el prólogo de su ensayo El sepulcro de don Quijote escribe esta admonición: «¿Qué vamos a hacer mientras marchamos? ¡Luchar! ¡Luchar! Y ¿cómo? ¿Tropezáis con uno que miente? Gritadle a la cara: ¡mentiroso! Y adelante. ¿Tropezáis con uno que roba? Gritadle: ¡ladrón! Y adelante. ¿Tropezáis con uno que dice tonterías y a quien oye la muchedumbre con la boca abierta? Gritadles: ¡estúpidos! Y adelante. ¡Adelante siempre! ¿Es que con eso no se borra la mentira, ni el latrocinio, ni la tontería? ¿Quién ha dicho que no? La más miserable de todas las miserias, la más repugnante argucia de las cobardías, es esa de decir que nada se adelanta con denunciar a un ladrón porque otros van a seguir robando, que nada se logra con llamar en su cara majadero al majadero porque no por eso se va a acabar la majadería en el mundo».

Hoy me ha dado por las citas. Pero es que mi pobre pluma sería incapaz de mejorar lo que ilustres pensadores ya denunciaron, seguramente con escaso éxito, hace lustros. Pero siempre es bueno insistir a ver si finalmente algo cambia.