La rueda

Jugársela en vano

Es una contradicción invertir recursos en salud y promover fiestas en las que se arriesga la vida

NAJAT EL HACHMI

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La vida es sagrada, la vida es lo más importante que tenemos. De hecho, es lo único que realmente nos pertenece. Estar vivos es un hecho bien tangible, no hay duda existencial que lo desmienta, por muy bajo que sea el tono vital de alguien. De manera instintiva, en la cultura, en la educación, en la mayoría de organizaciones sociales en todo el mundo, la vida prevalece por encima de todas las cosas. Por eso nacemos ya con instintos que nos aferran a la vida, educamos a nuestros hijos en la prudencia, fomentamos conjuntamente la preservación de nuestra vida por encima de todas las cosas. Nadie que tenga una salud mental adecuada quiere morir, nadie con un mínimo de sentido común pondría la propia vida en riesgo. Por eso admiramos a quienes arriesgan su seguridad, su integridad física, en favor de los demás. El conductor de ambulancia, el bombero, pero también la enfermera que debe cuidar a un enfermo altamente infeccioso.

Jugarse la vida por alguien es admirable, es hacer del valor de conservar la vida una cuestión colectiva y no solo individual y todos, héroes y cobardes, quisiéramos que estas situaciones se repitieran lo menos posible. Una cosa bien distinta es jugarse la vida por nada, o peor aún, por una ganancia económica o, gran estupidez, por pura diversión. Este verano ha dejado un reguero de muertes por cogidas de toro, hombres que poniéndose a correr delante de un animal peligroso y agobiado por pura diversión han perdido lo único que tenían. Debe de ser una diferencia cultural lo que me impide verle la gracia, como no se la veo a las corridas formales donde la gente paga para ver cómo se pone una vida en juego. Es una gran contradicción colectiva invertir tantos recursos en salud y después no solo no hacer nada para impedir que hombres jóvenes y sanos se la jueguen en vano sino promover este tipo de celebraciones.