El juego del mal

EMMA RIVEROLA

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En la Alemania nazi, un juego de mesa adoctrinaba a los niños en la perversión del odio a los judíos. Su aspecto no difería de cualquier otro juego inocente y entretenido, con sus casillas y peones. Su objetivo era capturar a los judíos y expulsarlos fuera de la muralla de la ciudad. Se llamaba 'Juden Raus' (Judíos Fuera), la misma expresión que atronaba en la vida real cuando los soldados entraban en las casa de los judíos y los expulsaban de sus vidas. Hoy, el tablero del juego perverso se ha trasladado a Palestina. Allí se apunta y se mata a niños que juegan en la playa, y el frío tono de una llamada automática anuncia: «Váyanse de casa; tienen cinco minutos antes del bombardeo». Cinco minutos. 300 segundos para coger a tus hijos, arrastrar a tus padres ancianos, seguir respirando a pesar de que el corazón te estalla en el pecho. Pensar solo en escapar. Echar una última mirada a tu cama, a tus fotos, a la nevera que contiene la comida del día siguiente. Cinco minutos.  Sigamos jugando. Expulsemos a más palestinos fuera de las murallas.

No hay pueblos elegidos, no hay pueblos enemigos. No hay pueblos mejores o más sabios o más taimados. Únicamente hay personas. Y gobiernos  formados por personas que deciden someter, matar y destrozar a otras. Gobiernos  que juegan con la vida para conquistar un pedazo de tierra, satisfacer un interés o afirmar su poder. El juego continúa. Y el mundo asiste al espectáculo.