José Manuel Lara y el liderazgo económico

JORDI ALBERICH

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Como era de esperar, el fallecimiento de José Manuel Lara ha venido sucedido de un torrente de elogios. Y es que tal como, hace un tiempo, ironizó con especial tino Alfredo Pérez Rubalcaba "en España se entierra muy bien a los muertos". He recordado esta frase estos días pues los elogios no siempre le acompañaron en vida. Por el contrario, fueron muchos sus detractores, aunque no le preocupaba, era demasiado inteligente como para pretender agradar a todos.

Y es que una de sus virtudes, que más añoraremos por escasa, era el decir lo que pensaba, a menudo de forma abrupta. Curiosamente, tras expresiones contundentes, se encontraba una persona tierna y sofisticada. De él quisiera recordar dos rasgos que no deberíamos olvidar en estos tiempos, y que pueden explicar el cómo convirtió una editorial en un gran grupo empresarial, conformando un conjunto de medios de comunicación de orientaciones dispares, pero haciendo respetar la independencia de cada uno de ellos.

De una parte, era un hombre que leía y pensaba. Su gran pasión eran los libros, que devoraba  de manera frenética. Y dedicaba mucho tiempo a reflexionar. Desde la discrepancia en algunos planteamientos, siempre me admiró ese esfuerzo por intentar entender el mundo que le rodeaba. Y de ahí esa capacidad inigualable por relacionarse con unos y otros, por ubicarse en entornos muy distintos. Porqué uno de sus atractivos era ése, el hallarse como pez en el agua en cualquier ambiente. Algo sorprendente en  personas tan importantes, de quienes se espera aquellas actitudes y formas atildadas, propias de las mejores business schools. No era éste su mundo.

De otra, su manera de entender el papel del empresario, lo cual le llevó no pocas críticas cuando, por ejemplo, acusó de autocomplacencia a esa parte del empresariado catalán que culpa a Madrid de todos los males. Son celebres sus expresiones de "Barcelona será el Santander del Mediterráneo" o "mucho empresario catalán prefiere una tienda en el paseo de Gracia a un 10% de El Corte Inglés". Nada le alteraba tanto como las expresiones "en Madrid no regalan nada" o "todo se decide en el palco del Bernabeu". Él sabía que en ninguna parte regalan nada, y que si algo importante se decidía en ese palco, se trataba de ir al Bernabeu y conseguirlo. Una actitud que, históricamente, no le ha ido nada mal a Catalunya y que, además, no es nada incompatible con un autogobierno razonable, que él defendía, o con la promoción de la cultura catalana ¿a quién sino debemos una tan pujante industria editorial en catalán?

En una ocasión, Jordi Pujol me preguntaba qué necesitaba Catalunya para recuperar un claro liderazgo económico en España. Le  respondí que cinco Laras. Teníamos uno, y se nos fue.