La tribu y la polis

JORDI PUNTÍ

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La lectura del Manifiesto Koiné y las reacciones posteriores me han traído a la memoria un ensayo de hace 25 años, 'Llengua de tribu, llengua de polis'. Su autor era Joaquim Mallafrè, lingüista, traductor ejemplar del 'Ulisses' de Joyce y, ahora, firmante del dicho manifiesto. Solo recordaré a grandes rasgos la distinción que hacía el ensayo de los dos niveles de lengua que hay en toda sociedad. Por un lado la lengua de tribu, que es el habla viva, en contacto, influida por el presente y que se nutre de los cambios sociales, modas, etcétera. Por el otro la lengua de polis, codificada por la academia, pero que también es la de la Administración, economía, política y justicia. Aunque una y otra están bastante alejadas, la paradoja es que tienen que existir juntas para asegurar la buena salud de una lengua: que sea hablada, pero en todas partes, en los bares, escuelas y comisarías.

Cuando los firmantes del manifiesto piden que el catalán sea la única lengua oficial, diría que se refieren sobre todo a la lengua de polis, más que nada porque ahora mismo hay una distancia notable entre la teoría y la realidad (basta pasar un día en los juzgados). La lengua de tribu, en cambio, es incontrolable y no tiene mucho sentido darle oficialidad, porque luego la gente habla como le da la gana. Como muestra los últimos 30 años: la inmersión lingüística en las escuelas y la discriminación positiva del catalán no han hecho desaparecer al castellano, y quien diga lo contrario es que no sabe donde vive.

Desde un punto de vista lingüístico, pues, es poco discutible que el catalán debería ser la única lengua oficial si quiere tener un futuro menos melancólico,  pero ya se ve que esto es un conflicto político. Es más, estamos en el meollo del conflicto: la célebre diglosia y los efectos del espejismo del bilingüismo. Quizá los soberanistas tendrían que haberlo debatido más a fondo, antes de firmar alianzas políticas que unifiquen sus ideales de forma un tanto superficial. En cuanto a los que tachan al manifiesto de nazi, racista y no sé qué más, solo hay que recordar su silencio cómplice de hace poco, cuando el ministro Wert soltaba amenazas a diario.