Jordi Pujol y la misa de las siete y media

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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No sé si fue todo un fin de semana, un auténtico fin de semana, supongo que sí, ha de ser que sí, es que sí, pero el sábado y domingo que Albert Om convivió con Jordi Pujol y su esposa Marta Ferrusola pudo ser el fin de semana del 'notición'. Visto, oído, repasado, anotado aquel fin de semana, aquel 'convidat', a uno se le pone la piel de gallina.

No solo porque resulta realmente esperpéntico que alguien así, alguien que ha sido, o pretendido ser, un mesías para su pueblo, para su gente, para aquellos que le confiaron el voto y el país, vaya a misa cada sábado a las 19.30 horas, se confiese (no se le ve comulgar, cierto) y defienda unos valores, dice, basados en la Biblia, los Nuevos Testamentos y las Epístolas de San Pablo, haya defraudado, de golpe, a tanta gente sino porque uno tiene la sensación de que el 'expresident' hace tiempo, mucho tiempo, que quería confesar su enorme pecado. Y estuvo a punto de decírselo a Om. A punto.

No se lo dijo y, como debió de ocurrir a lo largo de tantos y tantos años de vivir en falta, en pecado, en timo, en la ilegalidad, actuando ("mira que eres de comediant", le dice la Ferrusola en un momento del programa; "algo de actor si tengo", le había confesado Pujol a Om horas antes), Pujol decide seguir guarándoselo para él, sabedor de que un día u otro deberá de confesarlo. O se lo descubrirán. No, aquel nueve de septiembre del 2012 no creyó llegado el momento de sacar a flote su fortuna en el extranjero, aquel dinero ilegal.

Pero sí de hacer medias confesiones. Medias verdades, mentiras enteras, como buena parte, tal vez, de la vida de este matrimonio con siete hijos ("los dos primeros en 15 meses, luego la prisión y, más tarde, los otros cinco") y 17 nietos "a los que les pido que sean catalanes, pero de una manera que ser catalán valga la pena", explica el abuelo en pecado. "Yo rezo, sí; no mucho, pero rezo", le dice a Om. "Rezo cada noche. No pido nada. Hubiese podido pedir mejor financiación (ligeras risas), pero no lo hice. Me confesé mucho, mucho, pero ahora me confieso poco y no estoy, no, preocupado por confesarme menos".

El Pujol que reconoce que la gran aspiración de todos "es llegar a viejo" no parece muy preocupado por cómo lo juzgarán o lo que piensen de él. "Bueno, me preocupa aquellos que piensan mal de mí porque he de averiguar si tienen o no razón". Parece que sí tienen razón. Y dolor. Y decepción. Y desencanto. Asegura que le preocupa relativamente lo que dirán de él en el futuro "aunque tengo claro que no puedes conseguir que todo el mundo hable bien de ti".

Ese Pujol, que ya entonces, digo, estaría dándole vueltas en aflorar la cuenta multimillonaria de su padre, dice ser muy autocrítico consigo mismo, "aunque la gente no me cree". Difícil creerle ¿no? Más ahora que antes. Una cosa ya tenía clara en aquel agosto del 2012: "Yo todavía puedo estropear mi biografía… o mejorarla". No la ha estropeado, la ha destrozado, embarrado, salpicado, manchado, emborronado. "Hemos venido al mundo a hacer las cosas bien, si podemos y sabemos". Pudo, supo, pero no todo lo hizo bien. "Yo no estoy contento conmigo mismo. No sé si me daría un aprobado como hombre de fe". Pues no sé qué pensará ahora el párroco del Santuari de la Mare de Déu de la Cisa, en Premià de Dalt, el que oficia cada sábado la misa de las 19.30 horas a la que acude el matrimonio Pujol-Ferrusola.

Pujol, que bendice la mesa cuando come y cena con Om después del "amén" de Marta Ferrusola, dice estar preocupado por "la gran crisis de valores y de confianza en los políticos que detecta, al margen de la crisis económica, claro". Eso sí, el expresident reconoce que "para hacer las cosas bien no hace falta ser creyente. ¡Solo faltaría!, pues hay muchísima gente que no es creyente y hace las cosas bien". Según Pujol, sí hace falta "creer en algún valor que nos trascienda". Por ejemplo, ser generoso ("no ser envidioso, un gran pecado") y "ser capaz de preocuparse por los demás".

Contó Pujol, al inicio del 'Convidat', que los nervios, a todos, se nos suelen poner en lugares extraños. "A mí, se me ponen en los ojos". Y eso le ocurre cuando está nervioso, inquieto, preocupado. Hay emoción en sus palabras, pero ni una sola lágrima. Ni siquiera cuando dice que "el día que se muera Jordi Pujol no pasará nada". Porque ya nada depende de él.