GENTE CORRIENTE

Joaquim Marsans: «Los críos se arrodillan, lo acarician, le dan besos»

Joyero e ilusionista, es el dueño de un perro invisible, Boby, con el que alucinan los niños de Sant Joan de Déu

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Olga Merino

Olga Merino

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Si algún día pasan por las consultas y urgencias del hospital pediátrico Sant Joan de Déu, es posible que se topen con un señor bigotudo asido a una especie de correa perruna que sujeta el vacío por el cuello. No se asusten: se trata del mago Joaquim Marsans Vilà (Barcelona, 1955), un caballero con un peculiar sentido del humor y la generosidad.

–En el hospital le mirarán raro, ¿no? Los adultos sonríen, pero no ven el perro. Los padres solo se ríen abiertamente si el hijo, que tiene dolor, también lo hace. 

–Y los críos, ¿cómo reaccionan? Se arrodillan, lo acarician, le dan besos. Los niños no dudan de que el perro menea el rabo, saca la lengua jadeando, o husmea por los rincones. Fue la oenegé Mags per a l’Esperança la que me invitó a hacer magia en el hospital hace 14 años.

–El chucho se llama Boby. Sí. El importante es él; yo lo único que hago es pasear un alambre y preguntarles a los niños: «¿De qué color es?» Miran al perro, me miran a mí y responden: «Blanco», «marrón» o «negro». Pero siempre contestan.

–Ellos lo tienen clarísimo. Es muy raro que un niño cuestione el juego, la ilusión. Con los pequeños ingresados he vivido emociones muy intensas.

–No lo dudo. En una ocasión, un peque de dos años y medio, colgado de unas espalderas, me dijo: «Están curándome para que, cuando sea mayor, pueda andar y pueda correr».

–Qué duro. Cogí al perro, di media vuelta y me fui a la capilla del hospital a rezar. Pedí cambiar mi sitio por el de él [se emociona]... Pues, bien, al poco tiempo el niño se curó y yo iba con muletas por una necrosis de fémur, que al poco desapareció. Incomprensible.               

–¿Cuándo descubrió su talento mágico? De pequeño. En casa, cuando no había televisión, mi padre nos hacía un truco con un sombrero, un huevo y un pañuelo. También vi a un hipnotizador en el teatro Borràs que me fascinó. Y ya en el bachillerato, me puse el nombre artístico de Kim Sarman, en un juego con mi apellido.

–¿Se ha ganado la vida con ello? Trabajo como joyero. Tengo cuatro hijos, y la magia me ha servido como sobresueldo. He sido un semiprofesional.

–O sea, bolos en fin de semana. Exacto. Durante muchos años trabajé los viernes y los sábados en el restaurante Tip Top, del Poble Espanyol. Magia con cartas por las mesas para amenizar la espera.

–Y la faceta altruista, ¿cómo arrancó? Hacia los 36 años. La vida me iba estupendamente, pero me di cuenta de que me faltaba algo y ofrecí mi ayuda al centro de acogida Assis para indigentes. 

–Necesitaba llenar el hueco espiritual. Yo sé que estoy aquí de paso y que soy tan marioneta como mi perro Boby. Naces, creces, te reproduces y te mueres, como la cucaracha del Cucal.

–Está claro. Tengo ya una edad y sé que tengo que morir, pero antes de irme quiero hacer algo por los demás, hacer el bien. Como mago, no aspiro a ser una figura ni a ganar concursos ni nada de eso. Soy feliz con mi familia. He sido de hacer mucho voluntariado junto con mi esposa, un ser excepcional.  He tenido suerte hasta en eso.

–¿Tiene relación con Viajes Marsans? Sí, fue mi bisabuelo quien fundó la empresa en 1910, pero la familia la vendió al Instituto Nacional de Industria en 1964… Pero, oiga, que quede claro que yo no tengo nada que ver con la quiebra ni con Gerardo Díaz Ferran, ¿eh?