MIRADOR

Por un reformismo fuerte

Con tanto 'show' televisivo se corre el riesgo de que no se debatan propuestas electorales concretas

JOAQUIM COLL

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Casi a las puertas de la caída del Muro de Berlín, el eurocomunismo italiano, tan rico intelectualmente, acuñó la expresión “reformismo fuerte”. Frente a las visiones dogmáticas que seguían dominando entre los otros comunistas occidentales, el poderoso Partido Comunista Italiano (PCI) quería conectar con la socialdemocracia europea para reinventarse. Ese “reformismo fuerte” abandonaba el lenguaje grandilocuente de las grandes luchas para apostar por cambios profundos mediante el consenso y el pacto.

El eurocomunismo italiano había renunciado a sus viejos postulados estatalistas, aceptaba el capitalismo y apostaba por aunar libertad e igualdad. Pero el PCI no pudo sobrevivir al hundimiento de la URSS, y se disolvió en 1991. Poco después, el estallido de la Tangentopoli, el descubrimiento de una extensa red de corrupción política y empresarial, condujo a la reconfiguración completa del sistema de partidos hasta dar tantas vueltas que resulta casi imposible seguir el hilo.

Salvando las distancias, recuperar la idea de un reformismo fuerte para España puede ser útil en un momento en el que, como explica Víctor Lapuente en el libro 'El retorno de los chamanes' (2015), asistimos a un gran sentimiento de indignación ciudadana como resultado de una crisis que se prolonga desde hace siete años. En circunstancias así, siempre aparecen lo que el autor denomina “chamanes”, partidos charlatanes dispuestos a vender grandes soluciones, cuyo universo va desde la derecha radical y euroescéptica hasta la extrema izquierda.

De norte a sur, en Europa hay un abanico de formaciones que justamente rechazan las etiquetas ideológicas tradicionales, y que cuando creen que pueden llegar al poder difuminan su programa de gobierno. En España, el caso más evidente es el transformismo de Podemos, lo cual no es malo de cara a alcanzar acuerdos poselectorales con otros partidos, pero sí significativo de la naturaleza de una fuerza que nació hace poco con la promesa de “asaltar los cielos”. En un año, Pablo Iglesias ha pasado de querer “abrir el candado del 78”, mediante un proceso constituyente para discutirlo todo, a conformarse con una reforma constitucional de calado.

En el debate para las generales hay dos posiciones que han desaparecido en muy poco tiempo. El inmovilismo absoluto que parecía defender el PP, cuyo discurso era solo económico, y el cambio revolucionario que prometía Podemos. Ahora todos aceptan hablar de reformas, aunque la iniciativa la llevan PSOE y Ciudadanos. Pero con tanto 'show' televisivo se corre el riesgo de que no se debatan propuestas concretas, como la necesidad de un filtro previo para seleccionar a los mejores profesores, por ejemplo. El riesgo es que las fronteras se difuminen y nos olvidemos que, sobre todo, nos interesa un reformismo fuerte, con proyecto de país y para todos.