GEOMETRÍA VARIABLE

¿Sigue siendo Barcelona la capital de la cordura?

La huelga del metro muestra que la conflictividad como sistema puede ser muy negativa

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JOAN TAPIA

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Dos diarios destacaban este lunes el clima de cordialidad institucional en la cena previa a la inauguración del Congreso Mundial del Móvil, patente en el apretón de manos de Felipe VI tanto con el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, como con la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. También en la presencia de la alcaldesa, Ada Colau, que hasta su toma de posesión hace menos de un año era crítica con algunas apuestas de la ciudad.

Además, las palabras del Rey recordando que Barcelona había logrado ser capital mundial del móvil gracias al esfuerzo común de administraciones tan distintas como el Ayuntamiento de Barcelona dirigido por el socialista Jordi Hereu, la Generalitat de Artur Mas y el Estado español son un reflejo exacto de la realidad. Los éxitos de Barcelona desde los Juegos Olímpicos del 92 deben mucho a la cooperación entre administraciones de diferente color y el mundo económico, tanto de Catalunya como del resto de España. Nadie debe querer romper esta gallina de los huevos de oro.

Pero la aparente cordialidad del domingo se ha visto sacudida este lunes por una realidad menos positiva. Desde el 2010 no se ha dado ningún paso --ni parece que ninguna de las dos partes lo haya querido-- para enmendar el grave desencuentro que se produjo por la sentencia del Constitucional sobre un Estatut que ya había sido aprobado en referéndum. Y así, tras la inteligente contención en el discurso de la cena del domingo, este lunes Carles Puigdemont se debió sentir obligado a compensar. A afirmar que Catalunya siempre acogería bien a los ministros de otros países que nos visiten. La ideología se impuso así al hecho indiscutible de que sin el apoyo del Estado (de España), Barcelona no hubiera sido capital mundial del móvil. Ni antes sede de los Juegos del 92 que, gracias a la habilidad de Juan Antonio Samaranch, al entusiasmo del tándem Serra-Maragall y al apoyo de Jordi Pujol y Felipe González, pusieron a Barcelona en el mapa del mundo.

Tanto o más perjudicial puede ser que la conflictividad social perturbe las grandes citas internacionales de la ciudad. La huelga de metro ha perjudicado tanto a los ciudadanos como a los congresistas y ha enfadado a John Hoffman, el consejero delegado de la organización del congreso, que se declaró “muy decepcionado” por el desbarajuste del metro (que llegaba al recinto ferial de L'Hospitalet por primer año) y que incluso se ausentó del acto oficial de apertura.

Ada Colau, que habla más que gobierna (solo tiene 11 concejales sobre 41), va aprendiendo y rectificando, apuesta ahora por Barcelona como capital mundial y ha tenido que enfrentarse a las reivindicaciones de los trabajadores del metro. Es lo que le toca y es natural que muestre que los salarios del metro --empresa muy deficitaria-- están lejos de ser lo peor del mundo.

Pero si su campaña (y su capital político anterior) no se hubiera construido en denunciar por sistema a los gobernantes democráticos y en afirmar que los que protestan siempre tienen razón (aunque recurran a métodos muy heterodoxos), ahora el comité del metro no se habría sentido tan envalentonado. Las condiciones laborales no son peores que con los alcaldes Trias y Hereu y entonces se desconvocaron huelgas. Lo que pasa es que esta vez la CGT --impulsora del conflicto-- ha creído que la ideología de Colau (y la proximidad de algún concejal de la CUP que viene del sindicalismo) le permitían elevar la voz y exigir más.

Hay que rebobinar. La democracia es la democracia, pero Catalunya y Barcelona no deben olvidar que el 'seny' y la cordura forman parte de un ADN que les ha hecho ganar muchas batallas.