Cuando Pedro Sánchez se aproxima al PSC

El pacto político con Catalunya que propone es un paso pequeño pero con intención

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JOAN TAPIA / BARCELONA

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Nadie duda de que España tiene tres grandes problemas: la crisis, la corrupción y el encaje (o el no encaje) de Catalunya.  

El remedio al contencioso catalán no es prohibir esteladas en los partidos de fútbol como acaba de intentar el gobierno de Mariano Rajoy. Ni venir a Sitges y decir que no se va a permitir la liquidación de la soberanía nacional. Eso es lógico en un jefe de Gobierno español, pero luego hay que querer (y saber) hacer algo más que dar trabajo a los fiscales y a los abogados del Estado. La solución no es tampoco proclamar la inminencia de la independencia que tuvo un 39,6% de apoyo el 27-S. Al 47,8% solo se llega sumando los votos de la CUP que no quieren solo la independencia de Catalunya, sino además salir de la Europa capitalista.

Estamos pues ante una situación muy complicada porque el PP –uno de los dos grandes partidos- se equivocó al lanzar una campaña por tierra, mar y aire contra el Estatut del 2006. Al igual que el entramado institucional español al admitir parcialmente el recurso del PP y del Defensor del Pueblo (el socialista Enrique Múgica) contra un Estatut quizás discutible pero que ya había sido aprobado en referéndum. Ahora el gobierno del PP no puede ahogar la rebelión separatista y los independentistas, que no logran la mayoría en Catalunya, tampoco pueden ganar la batalla al Estado.

La propuesta socialista –que viene de Alfredo Pérez Rubalcaba y Pere Navarro- de una reforma federal de la Constitución que debería ser votada en toda España y luego un nuevo Estatut en Catalunya, no es tampoco nada fácil porque reformar la Constitución exige un pacto con la derecha española.

Ahora la iniciativa de Pedro Sánchez de proponer un pacto político con Catalunya que se plasme en la nueva Constitución e implique el reconocimiento de la singularidad catalana y la mejora del autogobierno le da mayor relevancia. Porque se hace en periodo electoral y en vistas a una sesión de investidura en la que los votos (o las abstenciones) de los diputados de CiU y ERC, que en otros tiempos tuvieron un papel relevante, es posible que vuelvan a ser decisivos. Sánchez no ofrece el discutible derecho a decidir, imposible de entrada sin el acuerdo del PP, pero si la apertura de una vía de negociación.

Hoy CDC y ERC ya deben haber constatado que el PP y el PSOE no son lo mismo, aunque si es cierto que ambos se oponen a la independencia. ¿Puede el catalanismo volver a las posiciones de CiU y ERC de negociar con Madrid mas autogobierno como ya hizo desde el 77 al 2010, o prefiere seguir por la vía que le lleva –en un momento de máxima tensión y con mayoría absoluta del PP- al 39,6% del voto y a una total dependencia de la CUP, a la que tanto cortejaban (le dieron la cabeza de Artur Mas) y a la que hoy tantas cosas reprochan?

Lo deberán decidir pero Sánchez ha dado –apoyado en la herencia de Rubalcaba- un pequeño paso que puede ser relevante si articula una mayoría de gobierno. Y que confirma que Sánchez es algo mas que la media de las medianías de los barones del PSOE y que sabe que sin la aportación catalana será difícil que España supere su grave crisis.

La complicidad con Miquel Iceta y el creciente papel de Meritxell Batet lo confirman. En el fondo Sánchez sigue los pasos de Felipe González, que pacto que el PSC –a diferencia de las federaciones regionales del PSOE- sería un partido independiente. Es esa excepción la que permitió al PSC de José Montilla repetir el tripartito con ERC contra el criterio de José Luis Rodríguez Zapatero, que quería la alianza con Mas. Y la que ha hecho que ahora los socialistas valencianos no hayan podido pactar con Compromis la lista del Senado.