Análisis

Joan amaba amar

ANTONIO FRANCO

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A través de este diario y de la radio, Joan Barril nos enviaba prácticamente cada día mensajes de amor -o denuncias del desamor que encierran algunas cosas que nos hacen los enemigos de los hombres- cargados de sentido y alta sensibilidad. Eran misivas tanto sobre las grandes cosas como sobre pequeñas incidencias captadas por su sentido de la observación. Como su preocupación esencial era hacer comprensibles los problemas humanos que bañan la vida, nos hacía llegar sus versiones de las megacuestiones y sus reflexiones sobre las peripecias cotidianas cuidadosamente envueltas en imaginación y sutileza para que nos emocionasen, aunque también las sazonaba con carga ideológica, referencias culturales y apuntes sobre su propio compromiso. Joan no era ambIguo: al acabar de leerle o escucharle siempre nos quedaba claro lo que defendía y también lo que le había herido.

Aunque se ganase básicamente la vida como periodista, ha sido sobre todo un escritor al estilo de los de antes, de los de finales del siglo XIX, de aquellos personajes de la etapa romántica que fundían y entrecruzaban las apasionantes historias que creaban con una propia vida personal, exuberante, intensa, casi excesiva. Porque devoraba la vida con grandes mordiscos. Porque amaba amar intensamente. Porque era desmedido en la generosidad. Porque se desparramaba infinitamente en la conversación. Porque cultivaba gozosamente las amistades y las complicidades. Porque se arrodillaba ante la buena mesa, el paisaje equilibrado y todas las expresiones del arte. Porque ironizaba sin piedad y sin detenerse ante ninguna línea roja. Porque tenía la virtud de saber maldecir sin límites a los injustos y a quienes pisoteaban a los demás. Era todo un personaje como trasplantado de otra época menos racional y convencional que la nuestra.

Narrador grande y vivo

Como novelista era puntilloso. Cuando su cabeza descubría un posible guion empezaba a darle incesantes vueltas, a trabajarlo incansablemente, y a marear a todo su entorno con sus dudas sobre los enfoques y sus solicitudes de ayuda para encontrar algunas palabras concretas que redondeasen las hasta -en ocasiones- cuatro o cinco cosas que deseaba comunicar con una sola frase. Como narrador era grande, vivo y liberal: dejaba que sus historias evolucionasen por sí solas hasta que al final Él las recogía (nunca las capturaba) y las envolvía en celofán. Y trabajaba mucho el lenguaje: se exigía contenido pero también musicalidad, impacto y fácil comprensibilidad.

Se nos va un personaje que nos ayudaba a vivir con el arma defensiva de su pluma. Coincidiendo con el aniversario de la desaparición de otro de nuestros grandes del periodismo, Xavier Batalla, que era el líder del rigor, ahora perdemos a un líder de la imaginación creativa y de la vitalidad. Pienso que solo podremos resistir este tipo de ausencias si no los olvidamos y reconociendo que sus huellas ya forman parte de nuestras huellas. Porque aunque el dicho popular diga que somos lo que comemos, la verdad es que somos lo que leemos, lo que escuchamos y lo que aprendemos, y gran parte de ello nos llega a través del buen periodismo.