La 'jeta' de Pablo, el error de Pedro

Es disparatado querer ir juntos al Senado tras haber votado con el PP en la investidura

EL ENCUENTRO Sánchez e Iglesias, el pasado 3 de marzo, cuando se reunieron en el Congreso.

EL ENCUENTRO Sánchez e Iglesias, el pasado 3 de marzo, cuando se reunieron en el Congreso.

JOAN TAPIA

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El martes, con el acuerdo con IU en el bolsillo que espera compense el descenso que las encuestas auguran a Podemos, Pablo Iglesias volvió a sacar pecho -como cuándo se erigió tras despachar con el Rey en vicepresidente con control del CNI- y lanzó a Pedro Sánchez el órdago de una lista conjunta para el Senado. Objetivo: derrotar al PP en la Cámara Alta.

Era (hoy ya no es porque el PSOE la ha rechazado) una propuesta maliciosa. Pretendía hacer olvidar que Podemos ha votado dos veces con el PP contra la investidura de Pedro Sánchez y hacer aparecer al PSOE (que no la podía aceptar) como los culpables de la división de la izquierda. Hay que tener bastante desfachatez para proponer listas conjuntas a los socialistas y derrotar a Mariano Rajoy cuando vamos a nuevas elecciones porque Podemos ha votado dos veces con el PP contra el candidato socialista. Y eso tras predicar en la tribuna que el PSOE es el partido de la cal viva. Como si Julio Anguita (el de la pinza con Aznar contra Felipe) hubiera resucitado. Y tras haber boicoteado todos los intentos de negociación del PSOE. E incluso de C's. La última vez sentenciando la ruptura 14 horas después de haber presentado un papel pomposamente titulado “20 propuestas para desbloquear la situación política y posibilitar un Gobierno de cambio”.

Aquello fue el recochineo. Iglesias no quería un gobierno alternativo a menos que Sánchez le hiciera vicepresidente y consejero-delegado y asumiera el rol de Reina Madre. Su objetivo desde enero -como el de Rajoy que vio que salvo una rendición del PSOE no tenía votos para ser investido- ha sido repetir elecciones para lograr el 'sorpasso' y ser la auténtica oposición, no la de “la casta” socialdemócrata. Aunque, con más jeta que los comunistas de la III Internacional, no tiene inconveniente -según las horas, los días y las conveniencias- en definirse socialdemócrata. Y ello pese a que sus conexiones mundiales no tienen nada que ver ni con el SPD alemán ni el Labour ni el socialismo francés sino que se limitan a una extraña relación -unos días proclamada, otros negada- con el chavismo venezolano y con la Syriza griega que -como vemos cada día- ha llevado a Grecia a grandes cotas de progreso económico y social.

BORRAR LA MALA IMAGEN

Ahora, para borrar la mala imagen de su egocentrismo y de las sesiones de investidura, recurre a la antes rechazada unión con IU (a la que las encuestas le daban subida) y a la propuesta unitaria para el Senado. E intenta explotar cierto sentimiento de culpa del PSOE al que, como a otros partidos de izquierdas en el gobierno, le cuesta admitir que la globalización y la crisis internacional más grave desde 1929 les fuerza a operar de urgencia (no siempre bien) y les obliga a una incómoda revisión crítica. ¡La fe en el Estado del bienestar permanente y creciente era más reconfortante! Aunque entonces los radicales criticaban lo que definían como neocapitalismo.

Por no todo es culpa de IglesiasSánchez cometió un error cuando tras las dos votos contrarios no puso a Podemos ante la realidad -el recreo se acabó- y la disyuntiva: o racionalizaba su maximalismo, o el PSOE debería buscar otras soluciones compatibles con la práctica socialdemócrata. Porque repetir elecciones tendría un coste moral para la democracia y un coste social nada despreciable. El servicio de estudios del BBVA ha dictaminado que el interregno sin gobierno hará perder un 0.8% del PIB en dos años. Y ello implica una menor creación de empleo. De entrada la contratación de obra pública ha caído un 52% en el primer trimestre.

No era fácil pero tras los dos noes de Iglesias –y con el precedente de Andalucia, donde el PP y Podemos también intentaron impedir la elección de Susana Díaz (hasta que C's se mojó), Sánchez no debió quedar como novia despechada a la espera de la buena voluntad de Iglesias. Ni prestarse a la foto-trampa con Iglesias bajando por la Carrera de San Jerónimo delante de las Cortes.

Debió poner como prioridad la gobernabilidad y explorar alguna fórmula no ideal –y quizás provisional- pero compatible con las prácticas europeas: gobierno basado en el pacto PSOE-C's por dos años y presidido por otro socialista (por ejemplo el excomisario europeo Joaquin Almunia) que no volviera a ser candidato, o gobierno Rivera, también por tiempo tasado. Seguramente el PP no haría aceptado ningún compromiso porque apostaba a repetir elecciones, pero hoy el PSOE podría decir a los electores que lo había intentado todo: gobierno con Rivera y con apoyo negociado de Podemos y gobierno provisional de centro. Habría demostrado más (en buena parte ya lo ha hecho) que no es rehén de un partido que encarna una legítima protesta pero cuya hoja de ruta lleva al fracaso griego. El 20% del voto (casi la mitad del de izquierdas) es muy valioso pero hay otro 75% y la democracia exige gobernar. No repetir elecciones para que Podemos logre el 'sorpasso', o Rajoy quede mejor situado.

LA SOBERANÍA

La España del euro tiene una soberanía limitada y si tuviéramos aún la peseta habríamos devaluado varias veces y estaríamos peor. Ni el imprudente Tsipras –tras sacarse de encima al 'profeta' Varoufakis- se atreve a dar la espalda a Bruselas y volver al dracma. El discurso de la verdad es incómodo pero inevitable si se quiere gobernar y no fracasar.

Pero Sánchez tiene la ventaja de ser correoso.  Lucha, cae, se levanta…y aprende. El viernes presentó en Barcelona a Meritxell Batet, un aire nuevo en la política catalana, y sentenció que el PSOE es un partido de centro-izquierda, distinto a la derecha y a la izquierda radical. Y añadió (sin optimismo no hay vida) que tras el 26-J volverá a “tender la mano a derecha y a izquierda”. Sin apertura a ambos lados (las asignaturas pendientes exigen acuerdos) no habrá ni reformas de calado ni posibilidad alguna de cambiar la Constitución.   

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