OPINIÓN

Jarabe de palo

ANTONIO BIGATÁ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hablemos claro: Busquets no se lesionó en Vila-realBusquets fue lesionado en Vila-real. ¿Fue mala suerte? ¿Casualidad? Creo que Pina no quería hacerle daño. Pero creo igual que Pina saltó esa noche al césped con ánimo de intimidar a los contrarios, de imponerse haciendo lo que la prensa condescendiente llama "llegar al límite" o "ganas de hacerse respetar". Yo, la califico sin eufemismos de "ánimo de generar cierto temor" o "buscar la inhibición de los adversarios haciéndoles temer por su integridad física". A partir de ahí las dos preguntas (¿fue mala suerte?, ¿ocurrió por casualidad?) tienen respuestas bastante complicadas.

Antes de que el árbitro Fernández Borbalán expulsase a Pina por una entrada indecente y peligrosísima para Neymar, este jugador además de hacer daño a Busquets ya había estado a punto de enviar a la enfermería a Mascherano. Y, ya a otro nivel menos grave, había llamado la atención de todos, menos del árbitro, en tres o cuatro intervenciones antideportivas no sancionadas. Su compañero de equipo Cheryshev hizo lo mismo tres o cuatro veces. Uno de los comentaristas de TV comentó, como justificando a este segundo agresor, que era un gran madridista. Otro, con evidente falta de precisión, señaló que si en cualquiera de esas entradas Fernández Borbalán hubiese mostrado tarjetas amarillas, "no habría pasado nada". Subrayo que en el fútbol la antideportividad de algunos jugadores suele tener cómplices, aunque sea en varios grados. Los peores, los árbitros contemporizadores, que a veces expulsan demasiado tarde. Los segundos, entrenadores poco serios. Marcelino, el técnico del Villarreal, al acabar el encuentro atribuyó a la expulsión de Pina el final del equilibrio en el partido, pero no tuvo la decencia de decir que había sido precisamente ese jugador quien había buscado -y en varias ocasiones-- que su equipo no acabase con 11.

Los terceros cómplices son esos periodistas que no quieren llamar a las cosas por su nombre y se refieren a «dureza» o «juego recio» cuando ya no se trata de eso y tendrían que utilizar la palabra "antideportividad".

El Barça padece desde hace tiempo de tácticas de ese calibre. Mourinho fue quien enseñó años atrás la teoría: con codos, brazos, manotazos, rodillazos, frecuentes zancadillas y patadas se consigue que el Barça pierda precisión y nivel de juego. En Vilareal tuvimos el último ejemplo. Messi perdió muchos más balones de los habituales. Las tretas excesivas -consentidas yo diría que deliberadamente por el árbitro- en las jugadas de contacto acaba forzando a precipitar muchos pases y eso disminuye la posibilidad de que la pelota llegue con exactitud a los pies del compañero.

El antídoto azulgrana

Cuando el Barça se enfrenta a alianzas así de jugadores y árbitros debe intentar multiplicar las jugadas al primer toque (pasar la pelota antes de que llegue el contacto con un adversario) aunque en muchas ocasiones ello no sea lo más idóneo.

Simeone es el mejor alumno de Mourinho y además dispone de numerosos jugadores idóneos para ese aparente jugar al límite pero desbordándolo en la realidad.

Sin embargo, hace pocos días, en el Sevilla-Atlético, enfrentado a un equipo sólido que no se deja intimidar, se demostró cómo acaba la rentabilidad de ese tipo de juego. El árbitro Clos Gómez fue consciente de lo que podría llegar a suceder si se inhibía, no le dio vergüenza ni se cansó de sancionar todo lo incorrecto que vio y llegó a enseñar hasta 11 tarjetas amarillas (más del doble de las que se mostraron en Vila-real). Su actitud rompió al Atlético; desprovisto de impunidades culpables no consiguió hacer el juego en el que es maestro.

Hay que escoger entre la leña al mono y el jarabe de palo, por un lado, y la posibilidad de tener fútbol de alta calidad. No se trata de convertir el juego en un pulso entre angelitos, pero sí de poner punto final a los jugadores y árbitros miserables.