Balance de unas elecciones clave en Oriente Próximo

Israel: cuanto peor, peor...

Netanyahu no es Ben Gurion ni otro Begin y su triunfo refleja la deriva de una parte creciente de la sociedad israelí

PERE VILANOVA

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Las elecciones en Israel han deparado alguna sorpresa, pero menos de lo que parece. Y sobre todo, han sido una nueva confirmación de la tendencia del sistema político israelí a una extraña combinación de fragmentación y estabilidad, una especie de 'inestabilidad estable'. Para empezar, los resultados. ¿Ha habido grandes sorpresas? De creer a la mayoría de medios de comunicación, así sería, con un Netanyahu que habría obtenido un resultado espectacular. En realidad, su éxito ha sido desmentir por cinco escaños a las encuestas de los 10 días previos a la consulta.

El Likud ha obtenido 30 escaños, en las anteriores elecciones, del 2013, logró... 31. Esta vez, su escisión llamada Kulanu, en esta primera elección saca 10, pero los socios ultraderechistas de Netanyahu -Israel es Nuestra Casa y Hogar Judío- obtienen cada uno la mitad de sus votos y escaños, que han ido al Likud. O sea, que la suma mecánica del centroderecha (Kulanu) a la extrema derecha, llega a los 54 escaños: faltan todavía 7 para la mayoría de 61 en un Parlamento, la Knesset, que tiene 120 miembros.

Escandalosos privilegios sociales y económicos

El kilo de diputado ultrarreligioso volverá a ser muy, muy caro, pero el Shas o el Judaísmo Unido de la Tora tienen una cintura muy flexible, con tal de estar en el Gobierno, en cualquier Gobierno que les mantenga los escandalosos privilegios sociales y económicos de siempre. La verdadera volatilidad del electorado está en el centro. Esta vez la novedad es Kulanu, que en realidad es de derechas, liberal en lo económico, y partidario de Netanyahu a cambio del Ministerio de Finanzas y quizá alguno más. Pero antes, en estos últimos años, el centro se llamó Kadima y luego Shinui, y esta vez con Tzipi Livni a la cabeza, se han unido a los laboristas en la Unión Sionista, que saca 24 escaños, mientras que en el 2013, sumaron (por separado) 17 escaños. Desde los años 90 ha habido en cada elección esta especie de 'espejismo de centro', con buenos resultados, pero gran volatilidad electoral. En el 2013 la estrella fue Yesh Atid, con 19 escaños y con un programa en favor de separar claramente religión y Estado; esta vez ha sacado 11 nada más.

Luego los ultraortodoxos del Shas y del Judaísmo Unidos de la Tora, que en el 2013 sumaban 18 escaños, y ahora se quedan en 13 solamente, pero serán decisivos en el Parlamento. Y finalmente los partidos árabes, con su lista única de cuatro partidos, y que en el 2013, por separado, llegaron a los 11 escaños, alcanzan esta vez 14. Ha sido una reacción de supervivencia política porque la novedad estaba en la letra pequeña de la ley electoral. El umbral mínimo de votos para entrar en el reparto de escaños ha pasado al 3,25%, cuando antes era del 2% y menor todavía hasta los años 90.

Llamó la atención de los expertos este cambio tan milimetrado. ¿A qué respondía? Encuestas en mano, el Gobierno se dio cuenta de que con un umbral del 3% casi seguro que tres de los cuatro partidos árabes quedaban fuera del Parlamento. La maniobra era burda, y el Likud se ha equivocado: la lista árabe es ahora la tercera fuerza de la Knesset. Por otro lado, hay que distinguir entre cómo los partidos publicitaban su agenda electoral (temas, eslóganes...) y de qué iba realmente la campaña, cuáles eran los temas de fondo. En campaña hay que saber leer el metalenguaje de los partidos, pues entre lo que dicen, lo que piensan, y lo que piensan hacer, a veces media un triángulo de las Bermudas.

Un plan de paz olvidado

En realidad, comparando con etapas anteriores, esta vez hay dos temas que han tenido muy poca relevancia. Por un lado, el supuesto plan de paz con los palestinos, que ni está, ni se le espera. Y por otro la agenda de seguridad internacional. Israel, según admiten exaltos cargos de seguridad del Mosad, del Shin Bet y de las Fuerzas Armadas, no tiene hoy ninguna «amenaza existencial» (terminología oficial) inmediata, comparado con las que tuvo en el pasado. Y decir que si no gana Netanyahu, el Estado Islámico tomará Jerusalén es una broma de pésimo gusto.

En Israel, curiosamente, han causado más debate que en Europa o Estados Unidos las malas maneras de Netanyahu. Convertir en un acto electoral su visita a la sinagoga de Paris tras los atentados de enero, forzar una visita al Congreso de EEUU en campaña electoral, contra la voluntad de la Casa Blanca, o enviar tuits el mismo día de las elecciones, diciendo que la izquierda pagaba taxis y autobuses para que los votantes árabes fuesen a las urnas, todo esto confirma la deriva no de Netanyahu, sino de una parte creciente de la sociedad israelí. Netanyahu no es Ben Gurion, de hecho no es otro Begin, es la realidad de la sociedad actual, en Israel como en muchos países europeos. Como dijo un profesor de la Universidad de Bar Ilan: «Por fin somos un país normal».