Dos miradas

Isfahán

JOSEP MARIA FONALLERAS

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He recordado aquel apólogo que hizo famoso Jean Cocteau en una versión reducida pero que proviene tanto de la tradición judía como de la sufí. Es El gesto de la Muerte. Seguro que lo han oído alguna vez. Un jardinero pide a su amo un caballo para poder huir a Isfahán porque la Muerte, en persona, le ha hecho un gesto amenazador y quiere dejarla atrás. El amo se apresura a ayudar al sirviente y, después, ante la Muerte, pregunta el porqué de aquel gesto. La Muerte le contesta: «No era amenazador, sino de sorpresa. Me ha extrañado verle aquí, porque justamente le espero esta noche en Isfahán».

He pensado en el cuento porque me viene a la cabeza siempre que sufrimos una desgracia colectiva que no es sino un montón de íntimas desgracias personales. ¡Cuántas historias no se esconden en este enjambre de vuelos que ayer publicaba EL PERIÓDICO, el mapa de Flighradar relleno de pequeños aviones amarillos, como de juguete! ¡Y cuántos no han ido volando a Isfahán sin saber que era justo allí donde no debían estar! Dependemos de los detalles insignificantes que nos acercan a la vida o que nos llevan a la desaparición sin poder elegir. Sin ni siquiera saber que estamos eligiendo. Las prisas para coger el vuelo o la anulación en el último momento de la reserva, o un resfriado incómodo que nos salvó de la tragedia. Cuando tomamos conciencia de esta fragilidad, un escalofrío nos recorre el espinazo. Indefensos ante el hado, sometidos a los caprichos de los dioses. Inermes y desolados.