La investidura olímpica
Uno ya no sabe si quien gana más medallas es Michael Phelps, el tiburón de Baltimore, o Albert Rivera, el tiburón de la regeneradora España joseantoniana
Marc Pérez-Serra
Licenciado en Filosofía
MARC PÉREZ-SERRA
Uno se dispone a repasar la prensa veraniega un día más, que es de por sí un subgénero periodístico que exige del lector un ejercicio hermenéutico particular, y observa que todo el peso recae en la investidura a cámara lenta, muy lenta, de Mariano Rajoy, si es que la hay, y en los juegos olímpicos de Río de Janeiro.
Espectáculos ambos que se cruzan, se mezclan y forman un magma pastoso que se repite en el imaginario digestivo de cualquiera a más de 30º centígrados a las cinco de la tarde. Y así, un día, y otro y otro. En sofocante sobremesa que no termina nunca. Uno ya no sabe si quien gana más medallas es Michael Phelps, el tiburón de Baltimore, o Albert Rivera, el tiburón de la regeneradora España joseantoniana. De mirada vacía y mandíbula blanda, el mediático escualo nada los cuatro estilos, que los combina según se precie en el momento que toque. Antes de espalda(s) a Rajoy, ahora de mariposa del presidente en funciones.
Mientras, Pedro Sánchez exhibe capacidad de resistencia. Cuál personaje de la película de Pollack 'Danzad, danzad, malditos', el bailarín Sánchez sabe que dejar de mover los pies al compás de la música, será su muerte política. Anda estos días agazapado, escondido entre la multitud, sabedor que él y solo él tiene la llave de la gobernabilidad en España. O terceras elecciones, o investidura de Rajoy, o intenta un acuerdo entre fuerzas parlamentarias de izquierdas y nacionalistas vascas y catalanas. Mientras, él sigue bailando al son de la música que le sostiene en vida. Y puede que lo haga incluso después que la mórbida melodía dé paso al más estruendoso silencio.
No es de extrañar que, ante tal panorama electrizante, a nuestros nostálgicos y refinados próceres, reunidos en Cadaqués, les diera por unas 'paraules d'amor' guitarra en mano. Atendiendo al buen humor imperante, diríase que la independencia debe de estar al caer, o algo así. O quizás se tratara más bien del cántico de los cristianos antes de ser devorados por los leones del circo romano. Quién sabe.
Es muy probable que a ellos también les aguarden al atardecer los leones, los de las CUP a finales de septiembre, o los que vengan de la Carrera de San Jerónimo de Madrid, que cuando salgan del barullo y el barrizal en el que andan metidos, se lancen a por ellos embravecidos, como deben estar, de tanto ridículo acumulado. Veremos.
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