El segundo sexo

Inventario feminista

Hace tiempo que dura el estancamiento en el camino hacia la igualdad entre el hombre y la mujer

NAJAT EL HACHMI

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Es bien conocida la frase «una mentira repetida mil veces acaba pareciendo verdad». Yo a menudo tengo la impresión inversa, que una verdad repetida muchas veces puede terminar pareciendo mentira. El uso también desgasta los enunciados, aunque sean pura certeza. Con las proclamas feministas me pasa a veces, de repente me encuentro con que diciéndolas o escribiéndolas se me deshacen en las manos, ya no representan con la fuerza de la primera vez el significado que contienen. Comenzar una frase con  «las mujeres...» (tal cosa) o «la situación de la mujer...» (etcétera) es asumir el riesgo de acabar llenándose la boca de panfletos llenos de tópicos y clichés. El lenguaje, y más en el mundo moderno, saturado de medios de todo tipo por el que viaja, es un arma muy poderosa que puede convertirse en muy frágil cuando quiere hablar de justicia, cuando quiere tocar con los dedos la verdad.

Por eso me detengo un momento a hacer una observación global del mundo en el que vivo en términos de igualdad y condición de la mujer (sí, ya sé, conceptos muy usados). Últimamente somos muchas las mujeres que estamos un poco hartas. Se nos acaba la paciencia, se nos acaban las ganas de dar explicaciones, de señalar las obviedades, de denunciar lo que se ve a simple vista, de seguir argumentando y contrargumentando. Ya no somos aquellas jovencitas abriendo los ojos a la realidad del mundo, al machismo, y quedando asombradas de comprobar que «aún estamos donde estábamos», ya lo hemos entendido, no necesitamos más análisis, ni excusas ni justificaciones. Queremos tener el lugar que nos corresponde ya, queremos que los ideales de igualdad se concreten ya, en esta vida y no en la próxima ni en la de nuestras hijas. Es imposible, me dirán, no se puede ir tan deprisa, hay que tener paciencia. El problema no es solo darnos cuenta de que la cosa va lenta, sino tener la impresión de que el estancamiento ya hace tiempo que dura, que apenas se ha avanzado.

UNA LARGA LISTA

Hagamos un poco de inventario muy informal sobre la cuestión: tenemos sobre la mesa feminicidios constantes, a diario, que se producen en países muy diferentes, en tradiciones culturales muy alejadas. Tenemos prostitución y trata de blancas, la comercialización pura y dura, sin paliativos, de los cuerpos de las mujeres. Tenemos una mayoría de sociedades donde ser prostituida es aún mucho peor que ser proxeneta y todavía hay quien quiere presentar esta práctica como digna. Tenemos países donde las mujeres no pueden conducir, donde se les veta la educación, el simple derecho de ser ellas mismas en el mundo sin tener que necesitar que un hombre justifique su existencia. Tenemos desigualdad salarial en países tan supuestamente concienciados, con tanta historia feminista, como el nuestro. Tenemos más pobreza entre las mujeres, más precariedad, menos pensiones de jubilación. Hay quien las quiere volver a meter en casa para dejar puestos de trabajo disponibles para los hombres. Tenemos violencia física, psicológica, íntima y pública. La violencia de la que se ha hablado tanto estos últimos días no es solo en los dormitorios y en el interior de las casas. La simbólica la tenemos bien incrustada en la cultura, en los medios, en nuestro día a día. Es difícil pasar una jornada entera sin recibir agresiones por canales muy diversos.

    Nos dicen que debemos recortarnos, que tenemos que meternos en unos moldes prefabricados ideados por vete a saber qué mente preclara, nos piden que nos subamos las nalgas, nos alisemos los vientres, nos hinchemos los pechos, nos afinemos la piel o nos estiremos el pelo. Nos ordenan que comamos menos, que hagamos ejercicio, que seamos buenas madres, esposas y profesionales excelentes, cobrando menos y además dando las gracias de que nos han dejado entrar. Con los niveles de formación que han alcanzado las mujeres en muchos países, con su grado de autoexigencia, talento y capacidades, cansa descubrir que a las esferas del poder, de las instituciones que dirigen el mundo, son muy pocas las que han accedido. Aún cansa más ver que aquellas que sí han conseguido resquebrajar los techos de cristal no tienen muy presente su condición femenina.

CAMBIO TRASCENDENTAL DEL SIGLO

Pero este cansancio tal vez no es otra cosa que el cansancio de estar a media revolución, ese agotamiento de cuando estás a la mitad del camino y ves que falta mucho por recorrer. Y es que son tan poderosos los mecanismos que quieren centrifugar a las mujeres hacia los márgenes, y llevan tanto tiempo funcionando, que no está siendo ni será nada fáciles ir en su contra. Pero una cosa es evidente, una cosa está clara: el feminismo es la gran revolución que se habrá iniciado en el siglo XIX, habrá hecho el gran salto en el siglo XX y se acabará de consolidar en este XXI. Que nadie tenga ninguna duda, el feminismo habrá sido uno de los cambios más trascendentales de la historia de la humanidad entera. No duden tampoco de que se trata de un cambio global que quizá nació en la región geográfica que hemos dado en llamar Occidente pero que ya hace décadas que se esparce por todas partes. Una prueba de este feliz contagio es que los que quieren seguir sujetando fuertemente las riendas, los poderosos a los que la revolución de las mujeres les pone los pelos de punta, han inventado mil nuevas maneras de intentar frenar su avance.