La clave

Intolerable tolerancia en el fútbol

ENRIC HERNÀNDEZ

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Le tomo prestado el concepto al compañero Roger Pascual, que el lunes retrataba en estas páginas, con justa crudeza, la «intolerable tolerancia» del mundo del fútbol con los grupos violentos. Porque hubo un tiempo, en efecto, en el que los presidentes de grandes clubes como el Barça o el Real Madrid no solo arropaban y sufragaban en secreto a los grupos más violentos y descerebrados, fueran los Boixos Nois o los Ultras Sur, sino que además enlodaban su nada inmaculada imagen fotografiándose sonrientes con ellos. Aquella impúdica ostentación de connivencia con los matones de la grada cesó tras el asesinato del donostiarra Aitor Zabaleta a manos de un criminal disfrazado de colchonero, en 1998. Pero persistió la colaboración clandestina y vergonzante, con excepciones tan contadas como honrosas.

Sin ese pútrido e inconfesable caldo de cultivo no se entienden los acontecimientos del pasado domingo en Madrid: que, conocedores de la salvaje reyerta que en breve acabaría cobrándose la vida del aficionado coruñés Francisco Javier Romero, ni la Liga Profesional, ni la Federación, ni las directivas del Atlético de Madrid y el Deportivo tuvieran a bien suspender un partido que jamás debiera haberse celebrado.

Luego llegaron las reuniones de urgencia, las condenas solemnes, las promesas de tolerancia cero con los violentos y demás zarandajas. La palabrería al uso de quienes, sin reconocer que no hicieron lo que debían, encomiendan a medidas futuras la expiación de sus pecados pasados. Así sea el Depor, que cierra «simbólicamente» la grada de los Riazor Blues durante dos partidos, o el club del Manzanares, que ahora anuncia la expulsión del Frente Atlético del Calderón. ¿Acaso la muerte de Zabaleta, hace ya 16 años, no era motivo suficiente para desterrar a los violentos?

Despejar sospechas

En el Camp Nou, tras aflorar el desmentido pacto preelectoral de Sandro Rosell con los Boixos Nois, es deber de la directiva de Josep Maria Bartomeu despejar cualquier sospecha de complicidad. Pero los reproches entre el club y el coordinador de los Mossos provocan, justamente, el efecto contrario.