Al contrataque

Intérpretes

Nadie habla ya como es debido. No hay diálogo. Desgraciadamente

MANEL FUENTES

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He compartido muchas tardes de verano con las páginas de Javier Marías gozando con sus personajes. Con lo que dicen y con lo que callan. Con ese magma oscuro que envuelve sin palabras las relaciones humanas y que Marías siempre trata de positivar y hacer visible. En Corazón tan blanco florece una historia de amor entre dos intérpretes a raíz de que uno de ellos se salta las normas y altera el mensaje que debe transmitir. Es un gesto poco profesional para que el otro repare en él a través del travieso sabotaje. El motor que mueve al osado personaje son las ganas de intimar con su bella colega por encima de su responsabilidad profesional.

Nosotros también estamos en manos de los intérpretes. Lo que no está tan claro es si juegan a mejorar nuestro mensaje. Ni si sus intenciones son amorosas. Ni si nos entienden, porque tampoco está claro que todos queramos decir lo mismo.

En las radios nos interpretan los tertulianos; en el CIS o el CEO, los sociólogos a sueldo; y tras cualquier manifestación popular, los políticos y sus medios afines. De un lado o de otro. Es lo que tiene nuestra democracia. Somos tantos que cuando actuamos masivamente se diluyen los matices. Vamos a peso. Y los que nos quieren interpretar, de momento solo buscan una cifra. Buscan el cuantitativo, porque del cualitativo se quieren encargar ellos. Quieren agenciarse la interpretación de ese capital humano. Torticeramente. Unos, sin escuchar. Otros, simplificando el mensaje sin querer ver en él un mar de matices.

Bobos de buena fe

Nos tratan de bobos de buena fe, de antisistema, de engañados, de buenos o malos patriotas y de lo que haga falta. Y así con todo. Interpretan la abstención electoral, el voto en blanco, el auge de Podemos, el independentismo, los datos del paro, la supuesta recuperación económica o el malestar social.

Vivimos tiempos confusos en los que los intérpretes se han creído más importantes que los verdaderos protagonistas del discurso. Ellos y sus mecanismos han ido adulterando el relato para intentar que lo único que no cambie sea su posición de privilegio.

La calle habla de justicia social, de reformas económicas, de cambios políticos de fondo y hasta de secesión. Pero quien la interpreta parece más interesado en calendarios electorales y en mantener prebendas y posiciones aventajadas que en resolver problemas. Los intérpretes antes fueron actores, pero dejaron de actuar para su público. Se perdieron maquinando entre bambalinas. Y ahora que van por detrás de él, ni siquiera saben escucharlo como se merece. Con lo que nadie habla ya como es debido. No hay diálogo. Desgraciadamente.